Relato semanal, cada lunes: "La pública existencia de Benson Florey"

Trigésimo sexta entrega DESCUENTOS DEL 90%

Una vez dentro, y en mitad de la liberación de adrenalina, intentó desatar el caos en la tienda.
- Florey, chico, vete al almacén. Esto va a venirte demasiado grande y es innecesario que estés aquí.
- Estás como una cabra. ¿Qué vas a hacer?
- Tienes diez segundos, muchacho -dijo con sonrisa socarrona-.
Así lo hizo el dependiente, pues conociendo a su compañera y clienta cojo... eventual, era mejor no estar delante. Se metió en el almacén y ojeó discretamente a través de la cortina.
Brokber se acercó a los clientes de aspecto más problemático.
- ¡Menudo descuento!¡Madre mía del amor hermoso!¡Qué regalo tan precioso! -leyó de una libreta-. Lástima que solamente queden dos unidades y la mayoría las tenga el jefe de esto en su despacho. Dicen que las revende de forma ilegal o se las queda sin más, cuando nosotros estamos aquí dándole de comer y las queremos.
La gente más avariciosa y mediocre se fue encendiendo y acercando disimuladamente al lugar donde estaba el supuesto artículo. Algunos ya se acercaban a la trastienda y se paraban en el umbral de la puerta a mirar y cotillear, adentrándose un poco más cada vez. Entre tanto, Vanessa Brokber seguía caldeando el ambiente. Se subió al mostrador, cogió una fregona y se puso a bailar como si fuera una barra y exageró de forma ridícula los movimientos de un streapteasse. Cualquiera diría que era una beoda que estaba de fiesta.
Otro grupo de personas la abucheó o se reía y lo grababa. Bajó de un salto y dijo:
- Estimados clientes, esto se trata de una promoción. Hoy todos los artículos tienen una rebaja del 90%, pues Depot quiere renovar su stock. Díganselo a todo el mundo ¡y vengan a Depot!
La gente se volvió loca, empezó a coger todo lo que veían y a llamar por teléfono. Muchos se comían la porcelana, los plásticos y los estantes, fruto de la avaricia compulsiva ultra-consumista. Florey se escondió en el almacén y Vanessa se encendió un cigarro disfrutando del caos. Entró en el almacén y se cambió como la compañera veinteañera de Benson, en tanto que éste la miraba atónito y ella sonriente.
- Divertido ¿eh? Verás ahora el gordo de Putt.
- Esto es tirar piedras contra nuestro propio tejado Vanessa. ¿Sabes quién tendrá que recogerlo todo?
- ¡Ja, ja, ja, ja! ¿Todo? ¡Si no va a quedar nada! ¡Ja, ja, ja, ja!
Pronto Ludbert Putt salía de la trastienda ante la llamada a la puerta por parte de varios clientes y el barullo que se estaba levantando fuera. Mucha gente salía de la tienda sin más , llevándoselo como si fuera suyo.
"¡Ay, cielo santo! ¡Que lo vendemos todo!" -dijo el bueno de Putt-. Pero pronto comprendió el percal que tenía delante. Y ya no molaba tanto.


Capítulo trigésimo quinto CON CARA Y TABACO

Cuando Mr. Putt vio el desperfecto de la ventana del almacén, su primer pensamiento fue preguntar a los empleados, pero en caso de que ellos no tuvieran nada que ver podría levantar sospechas extrañas y preguntas que responder. Así que apartó los cristales con el pie, no sin sofocarse, y los escondió debajo de una estantería. Por desgracia su cabeza no daba para tanto y ni se percató del frío que entraba a través de la ventana rota. Cosas de jefe altamente cualificado.
Florey y Brokber comenzaron su labor en la tienda pensando cada cual en sus cosas, que convergían como es lógico debido a los últimos acontecimientos.
Al poco tiempo Mr. Putt les miró con suspicacia y marchó a la trastienda, donde estuvo hablando por teléfono para adelantar lo antes posible el curso de formación del que habían hablado. No, no había cursos de formación para jefes por ser irrelevante. Al líder en CATITI se le presuponía harto capaz y preparado, con un don innato que nadie comprobaba.

Pasadas dos horas la tienda ya era un hervidero de gente toqueteando, olisqueando, rompiendo, robando y comprando. El sonido de la caja registradora parecía más el de una varita mágica que el de la máquina para guardar el dinero en una tienda. Ludbert Putt se frotaba las manos con sonrisa malévola y facciones gorrinas. Benson Florey pensaba en el dichoso baúl y Brokber también.
En un momento de más calma Vanessa Brokber entró en el almacén y a los dos minutos salió una clienta que no le era nada desconocida a Florey. No obstante, al verle salir del almacén se acercó para recriminar.
- Buenos días, señora. No se puede entrar en el almacén, solo es para personal de la  tienda.
- ¿Eres tonto, Florey? Soy yo, Vanessa.
Florey quedó de una pieza, pues sin el disfraz de veinteañera Vanessa resultaba ser muchos años mayor. Era la clienta que hacía escasos días hizo a un maleducado energúmeno introducirse un objeto con delicadeza, y la misma que se había puesto a fumar en la tienda.
- ¿Tú eres Vanessa Brokber? -preguntó algo sorprendido Benson-.
- Benson, muchacho, te lo he dicho antes. Que no me pusieras una cara concreta es tu problema.
- Pero ¿qué haces? Te va a descubrir Mr. Putt.
- No me descubrirá. Además, tengo dentro la rabia de lo de antes. El muy caradura... necesito desfogarme.
Y dicho y hecho. Sacó un cigarrillo y lo encendió ante la mirada atónita de no pocos clientes. Después se puso a ojear artículos, cogió un puñado y se los guardó en la ropa. Florey intentó persuadirla pero Vanessa le expulsó el humo en la cara y se puso a gritar como una loca.
- ¡Dónde está el jefe de este antro, el gordinflón ese! ¡Oiga! -Mr. Putt salió a paso acelerado y sofocado por el peso de su barriga-.
- Dígame, señora. ¿En qué puedo ayudarle?
- Oh, ayudarme en nada, gordito. Simplemente quería decirle que me voy a llevar todo esto -Brokber abrió su chaqueta y le enseñó los artículos-.
- Muy bien, señora. Espero que haya disfrutado de su compra en nuestra maravillosa tienda.
- Oh, sí. Lo estoy haciendo, créame.
- No obstante, ¿por qué me menciona que se lleva todo eso?
- Oh, por nada, por nada. Solo quería informarle, señor...
- Putt.
- Oh, Frutt, sí. En fin, un placer. Hasta otra y gracias por todo.
- Adiós señora, vuelva pronto y muchas gracias.
- Oh, sí. Pronto volveré, se lo aseguro. Adiós.

Putt sonriente mirando alrededor a todos esos clientes toquiteando, Florey avergonzado y haciéndose el tonto tanto como podía, y Vanessa Brokber sonriente con su cigarro aún en la boca y del cual el jefe de la tienda no se había percatado. Salió por la puerta, fue a deshacerse de los artículos en algún lugar para recogerlos luego, se paró en el escaparate y volvió a entrar. Menuda jugada.


Trigésimo cuarta entrega UN JEFE MODELO

No obstante, lo que hubiera dentro del baúl poco importaba sin él ahí. A Benson Florey todo le sonaba a nahuatl (la lengua azteca), así que tuvo que optar por decir que sí a todo y ya lo entendería en otro momento. Las formas de expresión casi oraculares que usaba su compañera resultaban muy lejanas a su comprensión.

Por fin llegó el momento. La hora de decidir qué hacer. De repente oyeron cómo abrían el cierre de la tienda y salieron por patas hacia la calle, por la misma ventanita del almacén que ahora estaba deconstruida en pedazos por doquier. Fue ahí donde se vislumbró la edad real de Vanessa Brokber al tratar de cargar con su peso para salir por ese mismo lugar, pues la entrada fue fácil debido a la caída pero como todo el mundo sabe, no se puede caer hacia arriba. Por lo que le presentó mayor dificultad.
Tras la ayuda de su compañero y mientras alguien terminaba de subir el cierre de la tienda, lograron salir a la calle y marcharse corriendo del callejón, no sin poco miedo por encontrarse alguna cosa extraña como la anciana que se convirtió en purpurina o los niños de rojo, que parecían salidos de una novela de Murakami.
Caminaron por la acera y cruzaron a bastantes metros de la tienda de forma que llegaran juntos a la puerta. Cuando lo hicieron Mr. Putt estaba dentro de la tienda sin dar crédito porque no estuvieran sus dependientes:
- ¡Será posible, pandilla de vagos! ¡Hace más de media hora que tendríais que haber entrado a vuestros puestos y llegáis ahora! -Florey y Brokber no salían de su asombro. El gordinflón abrió la caja-.
- Escúcheme, Mr. Fut -Vanessa le modificó el apellido como él solía hacer con sus empleados-. Hemos llegado con puntualidad inglesa a la tienda, pero como usted es un caradura, no nos ha avisado de que no viniéramos tan pronto. Y al encontrarnos el cierre echado y esperar LARGO rato, nos hemos ido a tomar un té; razón por la cual venimos ahora. Ahora bien, si además de ser adivinos, debemos tener poderes mágicos para atravesar las puertas y ponernos a trabajar aunque la tienda esté cerrada, espero que nos den la formación adecuada en ese programa que nos comentó hace casi un par de días. La cual, como poco, deberá de hacerse en Hogwarts o alguna escuela de magia de prestigio, pues no es truco fácil.
Mr. Putt recapacitó con rabia.
- No te pases de lista, muchacha. Aquí mando yo y si no queréis el trabajo, otro vendrá en vuestro lugar.
- Es usted muy amable, señor. Me esperaré a recibir la formación que nos comentó y después veremos. Amo Depot.
Es cierto que Brokber tuvo un tono tan convincente y sincero que hasta Florey dudó y le extrañó el cambio de actitud, pero pronto se acordó del baúl rojo y lo que Vanessa decía que había olvidado en esa tienda. Ludbert Putt, el amado jefe, resopló de manera irritante y gorrina y les ordenó que se pusieran con su trabajo.
Curiosamente fue directo al almacén, donde encontró la ventana echa pedazos. Por fortuna Florey y Brokber entraron después que él a la tienda y no les pudo echar la culpa por el desperfecto.


Trigésimo tercer capítulo LAS COSAS OLVIDADAS

Una vez comprobaron que allí no iba nadie de la central de alarmas (lo cual les hizo cuestionar la seguridad de la tienda y la suya propia), decidieron entrar por la ventana del almacén.
Se deshicieron de los restos de cristal que había en el marco para evitar convertirse en filetes y accedieron con cuidado; aunque de poco sirvió, porque Vanessa cayó sobre unas cajas y se quedó patitiesa un buen rato. Florey bajó inspeccionando. Apenas había luz en el almacén, así que intentaron encender la luz. Cuando por fin encontraron el interruptor, el almacén parecía mucho más viejo, sucio y antiguo que la primera vez que lo habían visto. Innumerables cajas y formas no vistas antes ahora aparecían ante sus ojos. Salvo una.
- No puede ser... -dijo preocupado Florey-.
- ¿Piensas lo mismo que yo? -dijo Vanessa. Florey intentó devolverle el golpe de las demás veces-.
- No sé qué c... piensas, al no residir en tu pu... cabeza hueca -la Brokber se quedó descompuesta ante lo inesperado de su contestación-.
- Caramba Florey, qué grosero puedes llegar a ser. Creí que no tenías sangre en las venas. Lo que estoy pensando es que se han llevado el baúl.
- Exacto, se lo han llevado. Pero la señora a la que le has preguntado no ha mencionado nada de un baúl rojo. A menos...
- Que lo hayan sacado por la parte de atrás. ¡Vayamos a comprobarlo!
Ambos marcharon contentos hacia la puerta trasera, que se ubicaba en un lugar del almacén y subía por unas escaleras metálicas de aspecto menos seguro que un mono diciéndote que él sostendrá los explosivos.
Una vez llegaron a la puerta, se la encontraron tapiada. Parecía llevar así años.
- No puedo creerlo... han tapiado la puerta. ¡Pero si también sería de emergencia! -dijo Benson-.
- Las grandes compañías suelen ser así de consideradas con las personas y el mundo en general. Esta puerta no estaba tapiada cuando estuve aquí hace varios años.
- ¿Varios años?¿Qué hacías aquí hace varios años, si solo tienes veinte?
- Ya, bueno... en realidad te voy a contar un secreto. No tengo veinte años. No te diré cuántos tengo, pero no tengo veinte. Quizás has pensado que te resulto familiar, y estás en lo cierto -Benson Florey se quedó perplejo. Con una mezcla de "ya lo sabía" y "no puede ser"-.
- Sospechaba algo pero... entonces ¿tu nombre? ¿quién eres y por qué estás aquí?
- Mi nombre es el verdadero. No quería contar nada de esto, pero como he visto que eres buen chico y los dos buscamos ese baúl creo que es mejor decírtelo. Trabajé aquí hace muchos años, y si he podido entrar de nuevo es porque sé lo corrupto que está el funcionamiento de esta empresa, donde ni siquiera se preocupan por comprobar la edad del empleado. ¡Podría tener trece años! -Florey pensó: "salvando las distancias". Pero no lo dijo-. Llevo mucho tiempo merodeando la tienda. Apenas sé cómo era esto antes de llegar yo, pero al volver he visto que casi no ha cambiado. No obstante tenía que volver porque olvidé aquí demasiadas cosas.
- ¿Qué cosas olvidaste?
- Cosas que tú puedes olvidar también de aquí a unos pocos meses. Cosas que están en ese baúl rojo.


Entrega trigésimo segunda LA VIEJA DE PURPURINA Y LOS NIÑOS DE ROJO

Y mientras la señora de purpurina quedaba esparcida por toda la calle, varios niños vestidos de rojo se colocaron detrás de Vanessa, que aún no salía de su asombro. Florey mantenía cara de lelo con la boca entreabierta, como su compañera. Le hizo un gesto a la Brokber y ésta se giró, viendo a los niños.
Lo primero que pensó es: "parece un anuncio de compresas. ¿Serán mi menstruación?" Pero al instante comprendió de qué iba aquella broma: el rojo de sus trajecitos era el mismo que de la cinta roja.
- ¿Quiénes sois?
- Somos los espíritus de la Navidad pasada, presente y futura -dijo uno de los niños-.
- Eso tiene sentido... -dijo en voz baja Vanessa, como intentando comprender. Pero pronto se percató de que no salían las cuentas, pues los Espíritus son tres y allí había por lo menos seis niños-.
- Que no, que es broma. Estamos aquí para darte una pista -respondió otro niño-.
- ¿De dónde habéis salido? -preguntó también Florey-.
- ¿No sabes de dónde vienen los niños? -añadió otro con inocencia-.
- Sí, claro que lo sé. Quiero decir que por qué estáis ahí y de dónde venís.
- Venimos de todo el mundo. Somos parte de todos y a la vez de nadie.
Los dependientes permanecían atentos con miles de preguntas agolpándose en la cabeza y amenazando con hacerles perder el conocimiento.
- Mira, niño de los coj..., tengo una mañana que me tiene ya hasta el mismísimo co... así que dejaos de misterios de mi... y decid lo que tengáis que decir. Que si tengo que trabajar hoy quiero empezar pronto para irme cuanto antes, y si no, irme a mi jod... casa de una vez -dijo Vanessa Brokber con el carácter y detalles verbales que la caracterizaban. Los niños casi se pusieron a llorar-.
- Solo te diremos que no olvidéis este color -dijo pellizcando su chaqueta-, porque os indicará el camino que debéis seguir. Te diría que no os desaniméis pero parecéis tontos, así que nos da igual. Adiós.
Todos los moc... digo niños, salieron corriendo en direcciones opuestas. Daba igual si venía un coche a toda velocidad o había un muro, había que ser efectistas.
Una vez estuvieron a solas Benson Florey y Vanessa Brokber, tomaron una decisión. Se marcharon a esperar a una distancia prudencial de la tienda por si venían a comprobar el aviso de alarma, y una vez pasado ese tiempo entrarían en el almacén para abrir el baúl rojo y descubrir la razón de todas aquellas extrañas circunstancias.


Trigésimo primer capítulo FLOREY, LA ANCIANA Y "LA COLETAS"

Menudo shock supuso ver esa cinta ahí en el momento en que iban a marcharse con el modo velocidaddeguepardo on. Se miraron los dos y Vanessa se acercó a la cinta.
- ¿Qué haces? Han debido de ponerla mientras mirábamos en la tienda -Vanessa le miró con cara de asco-.
- A ver, Florey, hijo mío. No la ha puesto nadie. Es una p... cinta roja. Esa p... cinta roja aparece en esa j... tienda en la que trabajamos. Lleva pasando años, no sé la razón. Y ahora está delante de nosotros. Así que o eres muy tonto o me estás vacilando cual juglar.
El muchacho quedó descolocado, pero todo encajaba en su cabeza. Todas esas cosas normales que habían sucedido en la tienda como el autobús, la señora que tiraba de la cinta roja, el baúl... Ahora podríamos decir: "vaya, todo empieza a tener sentido", pero en verdad esta información no aporta nada novedoso y tenía el mismo significado para Florey que para nosotros. Todo seguía siendo absurdo, como la vida misma.
Vanessa se aproximó a la cinta roja de meta y la tocó. Notó la suavidad del tejido y su brillo, pero algo no encajaba. Varias imágenes personales le vinieron a la cabeza; imágenes que cobraban sentido en contacto con esa cinta. Cosas que había olvidado.
Florey se acercó al ver el estado casi en trance de su compañera e hizo lo mismo. Por desgracia para él, las imágenes que le vinieron solo contribuyeron a crearle más dudas pues aunque tenían significado, él no supo dárselo. De la misma forma que nos despertamos de un sueño que apenas recordamos pero sabemos que quería decir algo.

- Oye, Florey. Esto se aproxima mucho a lo que he estado buscando, pero sé que no es exactamente lo que busco. Qué raro... a lo mejor debemos pasarla...
- Si cruzamos esta meta vete a saber lo que pasará.
- ¡La alarma! -dijo la Brokber alterada-.
- ¿Qué? ¿La alarma tiene algo que ver?
- En serio, chico, me pareces integralmente gilip... a veces. ¡Que sigue sonando la alarma y lo había olvidado! Tenemos que decidirnos rápido.
Mientras Benson Florey se hundía en sí mismo pensando si en verdad era idiota de remate (cuanto más te repiten algo más cala en ti), su amable compañera Vanessa cogía carrerilla y cruzaba la cinta de meta con los brazos extendidos. Si bien es cierto que ahora parecía ella más tonta que el pobre Benson.

De pronto la alarma de la tienda calló en tanto que Vanessa quedaba parada tras cruzar la meta. Su compañero de trabajo miró hacia la tienda en aquel callejón en que se encontraban, y cuando volvió a mirar al lugar de la meta, una anciana estaba recogiendo la cinta roja ante la mirada atónita de Brokber.
- Disculpe, señora. ¿Por qué recoge esa cinta? -preguntó Vanessa. La anciana dejó de enrollarla y miró a la chica con cara de desprecio-.
- ¿Qué quieres, niña, que la deje aquí todo el día? Ya has cruzado, ¿para qué va a quedarse aquí?
- Pero no ha pasado nada. Además, ¿quién es usted y de dónde sale?
La anciana volvió a parar de recoger la cinta mientras miraba a Brokber con una cara de asco que promovía la empatía, invitando a vomitar. A continuación salió de su boca una contestación totalmente obscena y grosera acerca de dónde había salido, y que tenía que ver con su madre. Benson Florey y Vanessa Brokber se desternillaron de risa con semejante vulgaridad saliendo de boca de una mujer tan mayor. Entonces la mujer miró a Florey como diciendo: "para ti también hay, querido".
- ¿Qué te hace tanta gracia, niño? Tu compañera, la coletas esta, al menos ha cruzado la cinta. Ya no está a tu nivel. Tú en cambio te has quedado ahí como un pasmarote. No eres tan tonto como pareces a veces pero te comportas de un modo impropio a tu forma de ser. Eso lo sé.
- ¿De dónde saca usted esa conclusión? Además no me conoce de nada para aventurar eso.
- No, querido. Tú no me conoces de nada, ni la coletas esta tampoco. Pero yo a vosotros sí. Yo conozco a muchísima más gente de la que me conoce.
Pronto la mujer puso la cara más adorable y amable del mundo mientras terminaba de enrollar la cinta sin apartar la mirada de Florey. Su boca sin dientes sonrió sin abrirse, emanando su rostro un brillo que le hacía parecer un ángel.
Vanessa seguía descolocada reflexionando sobre las palabras de la mujer, pero solamente reaccionó sacándose un cigarrillo.

Como habría dicho Vanessa Brokber o la anciana: ya a nadie le importaba una mier... la jo... tienda, ni la p... alarma, ni siquiera el maldito cab... de Ludbert Putt. Solamente importaba la reflexión tan acertada y sabia que la mujer les había provocado. No pudieron evitar pensar en la bruja de La Bella y la Bestia, por lo que decidieron respetar a esa anciana.
Brokber encendió el cigarro, pero de pronto la mujer mayor hizo un gesto de manos y la llama del mechero apareció sobre la cinta roja que tenía en ellas. Las abrió como una caja y ahí estaba sin prender, hasta que hizo un gesto sonriente y la cinta ardió a la velocidad adecuada propia de un material sintético. Solo que el humo era rosa.
Finalmente la vieja puso semblante serio y sentenció:
- Hay cosas que solo pueden arder si dejas que prendan. El fuego nunca se enciende sobre húmedo.
Acto seguido sopló el viento y la mujer se convirtió en purpurina. A los dependientes de Depot les habría dado un infarto de no ser, más o menos, jóvenes. Y por si fueran pocos, parió la abuela. En sentido figurado, claro.


Trigésima entrega SI LA META ES LA META NO LA META (LA PATA)

Se agacharon para mirar por la pequeña ventana incrustada en los viejos ladrillos rojos, pero no pudieron ver nada a causa de la oscuridad. Solamente una cosa llamaba la atención: una cinta roja enrollada en el suelo. Florey no pudo contenter su sorpresa:
- ¡Mira! ¡La cinta roja!
- ¿La cinta roja? -preguntó Vanessa casi con asco-.
- Sí. Estos días han pasado cosas normales y siempre había una cinta roja en algunas.
- En serio, Florey, estás como una cabra. Tienes unas ocurrencias de subnormal que no quiero tan siquiera imaginar de dónde provienen. Por fortuna estoy curtida en la vida y no me flipa ni un ápice de lo que me dices.
- Me dejas anonadado con tus palabras groseras, Vanessa. Demuestras tener una educación tan mediocre que me provoca irritación estomacal y estertores. La cinta roja no sé qué significado puede tener, pero solamente digo que no es la primera vez que la veo y tal vez esté relacionado con lo que ha sucedido hoy.
- Pues mira, Florey, no creo que lo esté porque solo es una cinta roja tirada en el jod... suelo de la p... tienda del gordo Putt, así que... -de pronto pareció recordar algo acerca de dicha cinta-.
- ¿Qué?
- Nada -dijo Vanessa-.
- ¿Has recordado algo? ¿Qué piensas?
- He dicho que nada. ¡Caramba, qué insistente eres chico! Hagamos una cosa -dijo tomando la determinación-.
Benson Florey iba a preguntar "¿qué?" pero antes de poder hacerlo la Brokber pegó una patada a la ventana del almacén, que estalló en más pedazos que granos de arena hay en la playa.
Hasta aquí podríamos decir: "¿qué sucederá ahora? Cuando hacen eso en una película encuentran algo interesante o les pillan con las manos en la masa", pero eso no sucederá, pues saltó la alarma de la tienda. Ni Florey ni Brokber contaban con eso; y Vanessa ya tenía medio cuerpo dentro hasta que Benson tuvo que decirle alterado que había saltado la alarma, que no entrara.
Su compañera no la había oído y puso cara de idiota con la boca entreabierta (fruto del esfuerzo por entrar) cuando intentó escuchar lo que su colega le decía. Esto puso a Florey sobre aviso, pues le resultó raro que una chica de veinte y pocos años tuviera problemas de audición propios de alguien de cuarenta. Tan listo era.

La joven sacó el cuerpo del hueco de la ventana y ambos salieron corriendo del callejón con los ojos como chihuahuas y la ropa interior más pesada.
Iban a salir de la calle cuando de pronto toparon con una cinta roja de diez centímetros de ancho colocada en el callejón de pared a pared, como si fuera la meta. Frenaron en seco y supieron que algo estaba apunto de suceder.


Vigésimo novena entrega UN DÍA EN BLANCO Y NADA EN EL BANCO

En efecto, estimado lector. No hubo publicación el día de ayer (lunes, como siempre) por la siguiente razón:
Cuando al día siguiente volvieron a trabajar Benson Florey y Vanessa Brokber a Depot, la tienda del buen Mr. Putt, se la encontraron completamente cerrada. Así es, cerrada.
Al principio dudaron si no se habrían equivocado con sus respectivos horarios, hasta que tras la espera y la llegada del otro compañero pudieron corroborarlo. No había ningún cartel, ningún aviso. Simplemente estaba echado el cierre ¿Por qué? Ninguno de los dos tenían ni la menor idea, así que divagaron.
- Buenos días, ¿te lo puedes creer? ¡Está cerrada!
- Buenos días. ¿Qué me dices? ¿Llevas mucho tiempo aquí? -pregunto sorprendida Vanessa Brokber-.
- Unos veinticinco minutos. No hay ningún aviso, no he recibido una llamada suya ni nada por el estilo. La tienda está cerrada en un momento en que estaría abierta desde haría rato.
- ¿Qué crees que ha podido suceder? No creo que se muriera anoche del susto al ver nuestras sombras en el almacén... -Florey abrió mucho los ojos y palideció-.
- ¿Crees en serio que ha podido suceder eso? -dijo el joven con cierto tembleque de patas-.
- Espero que no, pero es muy extraño todo esto. Te diría incluso que nos ha timado, pero no tenemos ni mierda en las tripas como para hacerlo -Vanessa  Brokber empleó su formación en Oxford-. A menos que quisiera tener lista la tienda en poco tiempo para algo desconocido y contratara a dos tontos para la ocasión -dijo ocurrentemente la dependienta. Ese día estaba inspirada la chica-.
- Qué extraño. Ayer estábamos aquí y estos días todo tan normal -¡claro que sí! ¿qué tiene de raro Depot?- y de pronto está cerrada. Será mejor que preguntemos a alguien, por lo menos para que nos de alguna pista sobre si está bien el señor Putt.
- Sí, será mejor. ¡Disculpe señora! -gritó la Brokber a una mujer que pasaba por la otra acera. Sin duda parecía una barriobajera con clase- ¿Sabe por qué no ha abierto hoy esta tienda?
- ¡Casualmente sí! -le devolvió el berrido la mujer- ¡Cuando llegó el señor Putt para abrir a la hora de siempre, unos hombres de traje entraron con él, y acto seguido echaron el cierre y se marcharon!¡El coche era de empresa, ponía CATITI! -que como el lector ya sabe significa COMPAÑÍA DE AEROLÍNEAS TUBULARES INCOTRÓPICAS TRANSOCEÁNICAS E INTERCOMERCIALES, la matriz de la cadena Depot-.
- ¡Gracias, señora! -dijo Vanessa con un grito que salió desde el diafragma, como quien sabe levantar el tono en condiciones-.
- ¡De nada, chica!
- Hay que ver cómo gritas... -dijo Florey un tanto avergonzado-.
- Por lo menos hago algo, no como tú que siempre parece que te falta un hervor. Así que la CATITI... qué raro. O qué empresa menos seria que no avisa a los trabajadores siquiera, ni a los clientes que no abrirá la tienda. Echemos un vistazo alrededor, a lo mejor encontramos algo interesante.
- No tenemos nada que perder, así que hagámoslo. Bastante que ya estamos aquí sin habernos avisado para no venir; después de treinta y cinco minutos en gato, cuarenta y siete en alfombra, sesenta y dos en muelle, quince en autobús y diez a cuestas para venir al trabajo.
Dijo el joven dependiente con cierta indignación. Acto seguido fueron a la parte trasera del edificio a mirar por la misma ventana que la noche anterior.



Vigésimo octavo capítulo LOS MODERNOS MEDIOS DE TRANSPORTE

La tontuna de quedarse cotilleando la tienda les costó a Florey y Brokber coger tarde los transportes públicos pertinentes, con lo cual tardarían extraordinariamente en llegar a sus casas. Sí, estimado lector, los transportes públicos no eran el punto fuerte de la ciudad. Solo disponía de un autobús y un vagón de tren para una población de cien mil almas. Era más barato, claro, y los ciudadanos tenían que adaptarse a base de látigo, suplementos alimenticios, bebidas y compuestos energéticos y entrenamiento en carreras.
Podría haber un uso modestamente ajustado de los transportes públicos pero, oh, Señor, era la ciudad con mejores piernas y gemelos de todo el país. A esto apelaba el gobierno local cuando pedían más vehículos. Por desgracia el gobierno en su totalidad era sordo y no escuchaban lo que los ciudadanos pedían.
Cuando un político salía del Pleno del Ayuntamiento y un ciudadano le dedicaba sus mejores insultos y exigía una mejora en las comunicaciones de la ciudad el político respondía: "Muchas gracias, sé que puedo confiar en mis votantes".
Esta situación exigía ingenio, por lo que gran parte de los ciudadanos terminaban improvisando sus propios medios de transporte. Había ya mulas, camellos y caballos, alfombras voladoras, salto de pértiga y había quien estaba adiestrando ratas que tiraran de trineo, pues si algo hay en una gran ciudad son ratas.

No obstante ni Florey ni Brokber conocían en tanta profundidad el sistema de transportes de su ciudad, por lo que tuvieron que contentarse con andar y coger el único autobús si tenían la suerte de encontrarlo por el camino. Durante la andadura, Vanessa tuvo la idea de inflar un globo de chicle e intentar levantar el vuelo, con tan nefasto resultado que la pompa explotó y se le quedó pegado en el pelo. Por fortuna -y por desgracia- no había nadie en casa para reírse de ella.
Florey tardó seis horas y diecisiete segundos en llegar a casa, donde su familia estaba esperando preocupada y calentando las manos para darle de tortas (todos decidieron descargar su frustración y su enfado con los transportes sobre Florey), en cambio la señora Bernbrok (alias Vanessa Brokber) llegó hastiada a casa y se calentó una sopa de sobre. Acto seguido se quitó el chicle dejándose el pelo como una muñeca trasquilada por una despiadada niña, se duchó, se cambió la ropa interior (víctima del susto en el callejón) y se fue a dormir. Eso sí, antes de conciliar el sueño hizo una reflexión sobre el día, su falsa identidad en la tienda, su relación con ese simpático Florey, la caraduría de su jefe, el nuevo cutre-curso que tendrían que hacer y las razones por las que se había convertido en una adolescente tardía.
Se avecinaban días de cambios y más sorpresas que en una piñata.


Entrega vigésimo séptima COTILLEO Y SUPOSICIONES

Como de costumbre, Mr. Putt regañó a sus dependientes como si la culpa de que todo estuviera revuelto en la tienda fuera de ellos, y les apremió a vender más, y más, y más. Por la mente de Vanessa Brokber y de Benson Florey circuló la idea sobre los incentivos y el aumento de salario, algo de vital importancia en el resto de Europa. No obstante al buen empresario Ludbert Putt, eso de incentivar era "dinero en saco roto" dado que cada cual tenía que luchar por su motivación aun siendo un trabajo basura. No le gustaba nada eso de aumentar salarios, hacer ascensos, etc. Era cosa de modernos y fruto de brujería. Ojalá los empleados salieran gratis o casi, como durante la esclavitud en Roma o los obreros en las fábricas del XIX.
Precisamente era este el punto que estaba estudiando el inmejorable jefe.

Tras coger un mando supersónico experimental que había enviado la sede central de la CATITI (COMPAÑÍA DE AEROLÍNEAS TUBULARES INCOTRÓPICAS TRANSOCEÁNICAS E INTERCOMERCIALES), y acelerar el ritmo de sus dependientes hasta casi hacerlos morir, les despachó a la hora y él cerró la tienda.
Cuando salieron Brokber y Florey, miraron hacia atrás por la premura con que Mr. Putt estaba echando el cierre. Parecía que siempre tenía algo que hacer de lo que no podía enterarse nadie conforme llegaba la hora. Así que como era "pronto" y no tenían nada mejor que hacer salvo cruzar toda la ciudad para volver a sus casas, decidieron esconderse y esperar a ver qué sucedía.
Pasaron unos largos cuarenta y cinco minutos y nada sucedió, por lo que salieron de su escondite y cuando estaban dispuestos a marcharse, repararon en algo.
- Oye, Vanessa, ¿y si Putt cierra porque sabe que está ese baúl en el almacén? A lo mejor es suyo.
- No creo que lo sepa. Y no es suyo. De eso estoy totalmente segura, muchacho. -Muchas veces la Brokber hablaba como si fuera una mujer mucho mayor que él y no una veinteañera-.
- Vamos a mirar por la ventanita que da a la parte de atrás, así podemos averiguarlo.
- Sí, ¿por qué no? -dijo reflexionando un instante más breve que un parpadeo-. ¿Te importa que fume? Claro que no ¡qué tontería!
Brokber se encendió un cigarro. A Florey le gustaba el olor de los cigarros al prenderse cuando les dan la primera calada. El olor le resultó muy familiar pero no lo relacionó con nada.
Dieron la vuelta al edificio y se agacharon donde estaba la ventana que daba al almacén, cuyo interior apenas se veía.

Se encendió la farola que había detrás de ellos, con lo cual su sombra se proyectó en el interior de la habitación y oyeron un alarido de susto acompañado de una silueta que salía corriendo hacia la tienda. Ni que decir tiene que los dependientes se llevaron un buen susto también, por lo que desistieron de continuar cotilleando y prefirieron regresar a casa para cambiarse la ropa interior, ducharse, cenar e irse a la cama. En los próximos días les esperaba un entretenido curso que no dejaría indiferente a nadie. Pero, ¿cómo se las apañaría Mr. Putt mientras ellos estaban en esa formación? Supusieron que primero la haría uno y después el otro para atender en la tienda, pero lo que no sabían es que su jefe era mucho más ruin de lo que se imaginaban, por lo que en ese tiempo contrataría a otros jóvenes para luego darles la patada. Y se acercaba el día.


Vigésimo sexto capítulo EL SER Y EL PROGRAMA FIUSNDFF

Ambos acorralaron a la cosa, que les miró atemorizada pero con unos ojos extraños y rabiosos. No era un perro, ni un gato, ni un oso de peluche aunque se le asemejaba. Por fin preguntaron estúpidamente, pues es solo de idiotas preguntar a una cosa desconocida.
- ...¿Qué eres tú? -preguntó Florey-.
- Chico, Florey, te luces con tus preguntas. Pero también me lo pregunto -respondió Vanessa-.
- ¡Hay que j...! ¡Que qué soy me pregunta el idiota este! -contestó el ser, de unos treinta centímetros, con mucho pelo color grisáceo y una voz ronca-. ¡Pues una p... pelusa! ¡O es que no lo ves, cara de imbécil!
Los dependientes jamás imaginaron que una pelusa pudiera alcanzar ese tamaño. Y mucho menos que pudiera andar y hablar.
- ¿Una pelusa? ¡Las pelusas no hablan ni están vivas! Tú eres un extraterrestre o un extraño ser.
- ¿Pero quién ha invitado a este g...? -dijo la criatura mirando a Vanessa Brokber-. ¡Soy una pelusa, niño! Llevo debajo de aquella estantería desde el año 86, creciendo un poco anualmente. A nadie le ha dado nunca por limpiar ahí debajo y eso me ha permitido sobrevivir. Y ahora si me permitís, sopla viento de poniente y puedo llegar a otra ciudad en cuestión de minutos. Es hora de marcharme.
- No podemos dejar que te marches. Tendrás que darnos una clave o reflexión, ¿no? -preguntó la dependienta-.
- ¿Una clave? ¿Te crees que esto es una película o una novela de esas de fantasía? Nunca me han gustado los críos pero los de ahora son gilip... -reflexionó-. Buenas tardes.
Y se marchó corriendo esquivando los tímidos movimientos de los dependientes, a quienes les repelía la textura y el aspecto sucio de ese entrañable ser.
Florey y Brokber se miraron sorprendidos y extrañados, y miraron la tienda alrededor como si fuera vórtice de cosas extrañas y sobrenaturales. Menuda tontería.
Siguieron ordenando y atendiendo clientes sin más sorpresas. Curiosamente desde la aparición del señor Pelusa, la hornada de visitantes fue agradable y cordial. Quizás, al irse la pelusa, la energía yang circuló y trajo consigo numerosas bondades, fruto del flujo universal y el feng-shui.

Ya rozando la hora del cierre y con la calle teñida de dorado por la puesta de sol, Mr. Putt salió de la trastienda reprimiendo un bostezo. Echó un vistazo a la tienda y reprochó a los dependientes que lo tenían todo "hecho un asco de nuevo" y que tenían que cambiar los carteles de precio porque "las comas no eran iguales entre sí y eso afectaba a la imagen de la tienda". Sin duda cosas de vital importancia. De haberse enterado el Pentágono, habría obrado en consecuencia.
Después de tan importantes órdenes de maniobra, Mr. Putt dio una agradable sorpresa a Glorie y a Bruber -sí. Volvió a cambiarles el apellido-:
- Ah, muchachos. Pronto modernizaremos la formación y la tienda para estar más cerca de nuestros clientes, por lo que tendréis que hacer un curso intensivo especial de Formación Interespacial Ultrasensorial y Supersónica para Nuevos Dependientes en Formación Formativa, es decir: FIUSNDFF. Por el sonido que hacen los cazas al surcar el cielo, dado que querían transmitir la rapidez de la modernización.

Los dos dependientes tragaron saliva y se sujetaron a lo que más cerca tenían, oliéndose lo que estaba por venir. Al fin y al cabo la tienda la conocían, pero con lo rara que era y lo extraña que sería la CATITI (COMPAÑÍA DE AEROLÍNEAS TUBULARES INCOTRÓPICAS TRANSOCEÁNICAS E INTERCOMERCIALES), ¿qué podrían esperar del Programa FIUSNDFF?



Entrega vigésimo quinta "FLOREY, CHICO, ERES MÁS PESADO QUE ÉSTAS QUE ME CUELGAN"

Exacto. Y como era de esperar, el objeto fue introducido con la mayor delicadeza posible en el orto. El cliente se marchó separando las piernas al andar como si fuera un vaquero del oeste y con los ojos más abiertos que un chihuahua.

La Brokber y Florey se quedaron solos haciendo ligeros comentarios sobre la estupidez del susodicho como si nada más hubiera ocurrido. De pronto una ráfaga de realidad y cordura aireó la mente del muchacho:
- ¡Pero qué diantres! Esto no es normal, Vanessa. No es normal lo que le has hecho hacer a ese hombre y no sería normal que no nos pasara nada en situaciones como estas. Tarde o temprano nos despedirán. Tú no tendrás dinero para no se qué y yo no podré pagarme la carrera.
- Florey, compañero mío. Estimado dependiente de Depot(ta) -quiso hacer referencia al vómito-. Este trabajo no será el peor del mundo, pero sigue siendo una m... y ese Putt te seguirá machacando y aprovechando de ti. No te darás apenas cuenta. Algunas veces sí, y otras con el tiempo.
- Hablas como si tú no trabajaras aquí, o como si fueras mayor que yo cuando en verdad no tendrás más de 20 años.
- Te sorprenderías, querido. Claro que trabajo aquí, pero mi enfoque es totalmente distinto al tuyo. De hecho si se supiera, sí me despedirían, pero por el momento (temiéndome que me preguntes) no te lo puedo contar. No es porque no quiera, en serio. Me caes bien. De hecho... de hecho mejor no digo nada más. Allí viene Putt.

Ambos miraron a la calle y vieron al gor... al señor Putt cruzando la calle con aire orgulloso y fanfarrón. De pesado y ufano que era, probablemente a su lado no hubiera ni tan siquiera un fantasma, pues de haberlo en algún momento se marcharía de puro hastío aún teniendo la eternidad por delante para digerirlo.
Entró el jefe en la tienda.
-¡Ja, ja, ja! Había un pobre hombre caminando como si fuera a desenfundar las pistolas de un momento a otro. Tendrá algún mal médico de esos de pomada. ¿Qué tal todo, muchachos? Bueno, veo que la tienda ha mejorado algo. ¡Pero no está lista ni por asomo para nuestros queridos clientes! Manos a la obra ahora mismo, esto está que da asco.
Y diciendo esto, mirando lo otro y refunfuñando con repugnancia, marchó a la trastienda a hacer vayan ustedes a saber qué cosas improductivas. Seguramente afilara los lápices que no usaba o buscara latas de conserva en sus cajones. Mientras tanto la vida continuaba en la tienda.

- Oye, Vanessa. No quiero ser pesado, pero no dejo de pensar en cuánto me preocupa cómo te comportas. No quiero ser despedido.
- ¡Otra vez! ¡Florey, chico! ¡Eres más pesado que éstas que me cuelgan! Que no temas nada, asumo todas las responsabilidades derivadas de mi comportamiento.
- ¿Por qué he de creerte? Apenas nos conocemos. Acabas de entrar y ya la has liado varias veces. Nadie me asegura que cuando Putt nos eche una buena bronca no desfilemos los dos por la puerta.
- Claro que no te lo puede asegurar nadie. Pero te diré una cosa que hará que creas en lo que te digo. Hace unos días entraste en aquella habitación de allí, ¿verdad? en el almacén.
- Sí, pero ¿cómo lo sabes? Si tú aún no trabajabas aquí...
- No, pero llevo mucho tiempo viendo esta tienda y viniendo. La conozco bien. Sé que en ese almacén hay algo que te llamó la atención como se la llamaría a cualquiera. Lo has olvidado estos días, pero ahora crecerá en ti esa curiosidad
- ¿De qué hablas?- de pronto cayó en la cuenta- ...el baúl... ¿Cómo lo sabes?
- Ya te lo he dicho, no me tuestes la cabeza, anda. Pues está relacionado ese baúl con muchas razones por las cuales tú y yo estamos aquí. Y quién sabe si no con todo lo demás...

¿Todo lo demás? ¿Acaso había algo anormal en la tienda? Florey no supo qué decir, pues no le salieron palabras. Ambos siguieron ordenando el comercio en silencio mientras entraban y salían clientes con artículos o sin ellos, pagados o no, personas agradables o para patearlas el trasero. Todo fue normal hasta que Benson vio una cosa pequeña y peluda corriendo por un pasillo, y miró a su compañera preguntando si lo había visto ella también. Ésta negó, se acercó hacia él y juntos cerraron el pasillo por el cual había corrido esa cosa. De pronto, se encontraron con algo con lo que no habían contado...


Capítulo vigésimo cuarto CON LOS OJOS MUY ABIERTOS

- ¡Serás malparida, mocosa! ¡Quiero hablar con tu jefe! ¡Vas a desfilar por la puerta inmediatamente! -dijo rojo de ira el cliente-.
- Chi cheñó. China desfilá en puelta.
Y con mueca oriental, Vanessa Brokber marchó hacia la puerta a hacer que desfilaba.
- ¿Vé, cheñó? China desfilá. Mi no entendé, yo nueva.

Florey se apresuró a entregar al cliente las hojas de reclamación, las cuales no sabía dónde estaban. A un ritmo de vértigo la tensión crecía como cuando los extremistas comienzan a tomar las calles. El cabreado señor insultó con los peores tacos que puedan existir sobre la faz de la tierra y Florey le entregó las hojas.
- Perdone a mi compañera, señor. Está integrándose en la tienda y tiene cierto problema mental.
- ¡De eso no cabe duda, idiota! ¿Crees que no tengo ojos en la  cara? ¡Os van a despedir a los dos! ¡Juro por el día en que nací que lo harán!
Al bienintencionado dependiente le galopaba el corazón. Si éste hubiera sido de alguna tribu india habría recibido el nombre de Caballo desbocado. Y comenzó a enfadarse porque el caballero le introdujera en el mismo saco.
Por su parte Vanessa Brokber había dejado su broma y su cara se tornó seria y amenazante al ver el trato hacia su compañero. Y se acercó al cliente con calma, lo que le puso más nervioso y gritó. La dependienta respondió:
- ¡Yo también sé gritar! ¡Haga el favor de callarse de una p... vez! ¡Que me tiene ya hasta el mismo c... con esa boca gorrina que tiene! ¡No sabe hacer otra cosa mas que amargar a los demás! ¿Se cree que no le he visto más veces, imbécil?! Ha estado viniendo a esta tienda desde hace años, y no le he visto ni un solo día dirigir una palabra amable o con respeto a nadie.
- ¡Voy a hacer que os despidan! ¡Dame la hoja de reclamación! -parecía que estallaría. Que alguna válvula en algún lugar saldría disparada y reventaría en humo azufroso. Por un instante temieron que le diera un infarto, y justo entraron los servicios sanitarios como presintiéndolo.
Brokber relajó el tono al instante como si nunca hubiera elevado la voz:
- No van a despedirnos. A mi compañero al que menos, pues es diana de su estupidez, caballero. Aquí tiene su artículo. -De la nada, la dependienta sacó un artículo como el que el señor había cogido y estampado. Lo miró fascinado como si estuviera bajo hipnosis-.

- ¿Sabe? Este artículo es muy bonito. Es mágico, ¿sabe? Mírelo, mírelo -el cliente le prestaba cada vez más atención y su enrojecimiento fue descendiendo como un reactor nuclear a punto de estallar restablecido a tiempo-. Bonito, ¿eh? Dicen que este objeto viene y va, que no es siempre el mismo. Y que cumple deseos -dijo Vanessa Brokber en un tono confidencial y bajito-.
- Deseos...
- Así es, puede pedir lo que quiera. Pero...
- Deseo que os despidan -interrumpió-.
- ... pero tiene que tener cuidado con lo que desea, señor. Pues si no se puede hacer se vuelve en su contra y tiene que llevarse el objeto. Aquí tiene -sonrió con inocencia-.

Benson Florey estaba embobado. Últimamente se atontaba con demasiada frecuencia, pero con semejante compañera, semejante jefe y semejante tienda no era para menos.
Su compañera tendió el objeto al cliente mientras le decía un precio desorbitado que no valdría ni en mil años.
- Cuesta 5000 porotos, señor. Pero es único en el mundo, ¿sabe?
- Sí, 5000 -dijo el caballero sin dejar de mirar el objeto. Pronto se hurgó en la chaqueta y le entregó a la dependienta todo cuanto llevaba encima, incluyendo una compresa nueva, una barrita integral de cereales y varios chicles masticados que otros dependientes le habían devuelto también por simpático.
- Gracias. Y como le he indicado antes, ahora tiene que llevárselo.
- Sí, me lo llevo.
El peculiar cliente cogió el objeto, se apoyó sobre el mostrador inclinándose 45º y lo fue dirigiendo hacia su parte trasera. Poco a poco, pero con decisión. Ya no habría vuelta atrás.
De pronto, sonido de incomodidad, sonrisas y ojos muy abiertos.


Vigésimo tercera entrega CLIENTES CON EXPERIENCIA

Al joven dependiente el cuerpo entero comenzó a transpirarle fruto del miedo mientras no dejaba de mirar la trastienda y la cara se le tornaba en un gesto tenso. Pronto quedó agarrotado como el Hombre de hojalata y rezó porque no le viera su compañera. Buscó una aceitera, pero no la halló. La Brokber ordenaba sin parar de agacharse, mirar artículos que le resultaban nauseabundos o bonitos (los menos) y de  cuando en cuando haciendo algún sonido al agacharse como de queja o de animalillo.
En una de esas veces, mientras Benson Florey la miraba, se agachó e hizo el sonido de un cerdo. Esto relajó la tensión corporal del dependiente y volvió a la normalidad. ¿Y si Vanessa Brokber era su Dorothy? Y no porque Dorothy fuera pastora de cerdos sino porque le había desentumecido como sucede en la película.

Al cabo de la hora entraron varios clientes muy agradables. Florey temió que la estimada dependienta fuera seca o maleducada, pero fue contra todo pronóstico lo más educada que había visto y que jamás habría imaginado, sonriente y cercana. Quedó fascinado por su forma de discernir entre buenos y malos clientes.
- ¿Por qué miras así, Florey? Chico, a este paso voy a pensar que eres idiota -dijo Vanessa cuando los clientes cerraban la puerta al marcharse-.
- Me ha sorprendido que les hayas tratado tan educadamente, pensé que harías alguna de las tuyas.
- ¿Pero qué te has creído que soy?! Te lo voy a resumir en una frase y la voy a poner en el escaparate.
La chica cogió un folio (¡no vayan ustedes a creer que en Depot había impresora!), escribió con una letra impecable y ordenada, se lo enseñó a Florey y lo colocó en el escaparate a modo de anuncio:

                                  SE NECESITAN CLIENTES CON EXPERIENCIA


Benson quedó sorprendido por la ingeniosa frase pero pronto creyó que no era conveniente colocarlo a la vista por si Mr. Putt lo veía. Ella le respondió que no pasaba nada, que era la verdad; y al instante salió el jefe de la trastienda. Florey comenzó a ordenar de nuevo disimulando y justo cuando se volvió a acordar del cartelito en el escaparate, la Brokber ya estaba retirándolo con total naturalidad.
- ¿Qué tal muchachos?¿Qué haces Bruber? -cómo no, dijo mal su apellido-.
- Estaba retirando una oferta anticuada, Mr. Putt -dijo Vanessa con amabilidad-.
- Bien. Voy a salir a realizar unas negociaciones, cuando vuelva espero que todo esté ordenado y apunto para los clientes de la tarde. ¿Entendido?
El gordo... es decir, el amable y responsable señor Putt, carraspeó un poco y salió con la barriga por delante por la puerta de la tienda. Los dependientes le miraron, y acto seguido, cuando se marchó, dijo Vanessa Brokber: "Cuando el gato no está, los ratones bailan." Miró a Florey y sonrió.

A los quince minutos entró un cliente de los que frecuentaban Depot. Desagradable como él solo. Miró con asco la tienda, y al saludo de los dependientes no hizo ni la menor mueca. Cogió la basura que decidió comprar y fue a pagar a la caja, donde no había nadie.
Oteó alrededor y tosió como si fuera a morirse para que los dependientes fueran. Florey se puso en marcha pero se le adelantó su compañera, quien atendió al cliente.
- Buenas tardes, señor. Yo le cobraré.
- Date prisa que me tengo que ir.
- Oh.
Vanessa Brokber cogió el billete del estimado cliente y se dispuso a darle el cambio. Comenzó a buscar entre las monedas como si no encontrara algo, aderezando la situación con dramatismo y chascando la lengua de impaciencia. Hurgó entre las monedas haciendo cada vez más ruido, como buscando una pepita de oro. Los distintos tamaños y pesos de las monedas chocando entre sí creaban un ruido que si se extendía en el tiempo resultaba muy cómico. Poco a poco el señor le miraba con más estupefacción y cabreo.
- ¿Te puedes dar prisa de una vez? ¡Que tengo que irme!
- Claro, señor. Estoy buscando su cambio. Aquí tiene.
La dependienta sacó un billete después de hurgar febrilmente entre las monedas, a lo que el cliente dijo:
- Pero bueno, niñata. ¿Me estás vacilando?
- ¡Ay, lo siento, señor! Con la prisa que tiene me he puesto nerviosa y le he dado otro billete. Espere, aquí está.
Brokber se agachó en el mostrador y puso un chicle masticado en la mano tendida del cliente.
Éste enrojeció encolerizado y tiró el artículo por encima de la dependienta, rompiendo dos tazas (pasara lo que pasara en cualquier lado de la tienda siempre había tazas y cosas predispuestas a romperse como si fuera parte de los efectos sonoros en una película). Y pidió -redoble de tambores- una hoja de reclamaciones.
- Dame ahora mismo una hoja de reclamación, que eres una mocosa.
- ¡No entendé, yo china! -dijo embebida en su papel y gesticulando Vanessa Brokber-.



Capítulo vigésimo segundo POR DONDE PASA EL AGUA DEBAJO DE LOS PUENTES

Brokber salió tras ellos caminando con tranquilidad y atravesó el umbral de la tienda.
- ¡Señores! Disculpen, pero, ¿puedo ver alguno de los artículos que han cogido?
Los ladrones quedaron sorprendidos y adoptaron una postura más vieja que la tos:
- No tenemos nada, señorita. ¿Está insinuando que hemos robado?
- En primer lugar, señora, no pensé que fueran juntos pero ahora me lo corrobora. Escuche, este trabajo me importa un carajo pero el jefe me va a llamar la atención si faltan artículos en el stock. Así que por lo menos dígame lo que se llevan para darlo de baja y que no piense que he robado yo. Primero porque todo lo que hay en esa tienda me parece una basura, y segundo porque si me echa la bronca por eso por lo menos que sea cierto. Déjeme ver.
Inmediatamente Vanessa Brokber, con todo su aspecto de chica veinteañera tonta a la que le faltaban unos cuantos hervores, metió la mano en la gabardina de la señora y sacó a la primera una chaqueta. Parecía conocer a la perfección el lugar exacto en el cual lo había guardado la choriza.
- ¡Vaya! De no haber robado nada a de repente encontrarme una chaqueta (y eso que estaba en el bolsillo interior de la gabardina, señora. ¡Espero que la próxima prenda no la lleve en las bragas! -dijo riéndose. La ladrona no daba crédito y empezó a titubear y hablar con inseguridad, pero pronto adoptó la misma posición defensiva aunque sabía que tenía ya las de perder-.
Mire, dígame lo que lleva. ¡Si no quiero ni llamar a la policía! Pero voy y la pillo en la primera mentira.
Al ver la Brokber que su interlocutora miraba dubitativa a su acompañante, que crecía la tensión y que no parecían querer colaborar, dio otra vuelta de tuercas.

- Pues ahora que miro bien la chaqueta... menuda m... han robado, ¿no? Oh, espere. ¿No serán chorizos de tres al cuarto que se conforman con cuatro basuras para aparentar delante de sus amigos ricos? Se me ocurre una función para una chaqueta tan fea como esta, miren.
Inmediatamente la nueva dependienta, que estaba siendo atentamente mirada por Benson Florey desde el interior de la tienda con más asombro que un imbécil, comenzó a pasarse la chaqueta hacia delante y detrás por la entrepierna. Acto seguido por las axilas y después se sonó la nariz con ella. A continuación se la devolvió a la ladrona y sentenció: "Como quieran."
Se dio la vuelta y volvió a la tienda en tanto que los ladrones no sabían qué hacer, así que comenzaron a correr. Vanessa Brokber fue directa al teléfono en la tienda y llamó a la policía para que les atraparan en la siguiente calle, donde se ubicaba una comisaría. Le dio la descripción de los sujetos a la policía y dijo que le habían amenazado y pasado la chaqueta por distintas partes del cuerpo para humillarla y obligarla a hacer la vista gorda. En los siguientes días, sin saber bien cómo, la situación sería un escándalo en la ciudad y los ladrones habrían tenido que cambiar de vivienda.
Es el precio que a veces se paga por una mala decisión. La vida es fatalidad.

Pronto volvió al trabajo mientras sonreía a un incrédulo Florey y miraba a la trastienda para asegurarse que el tonto de Putt no salía.
- ¡Menuda tarde hemos empezado! ¿Eh, Florey? ¡Ja, ja, ja, ja! Pueden pasarte dos cosas: que sigas alucinando como si fueras gilip... o que te lo pases bien en unas situaciones que no volverás a ver en tu vida. En realidad tu trabajo no va a peligrar. Has tenido suerte de que haya venido a esta pocilga Vanessa Brokber, ya lo verás.


Capítulo vigésimo primero ESTAR A PUNTO DE PICHARLA Y FIRMAR UN CONTRATO

Benson Florey tenía razón en varias cosas: Mr. Putt tenía algo desagradable, la nueva compañera era, en efecto, chica y olía a tabaco en la tienda. Con todo esto un escalofrío le recorrió el cuerpo como si una corriente eléctrica hubiera atravesado sus articulaciones con ese dolor cosquilleante.
Exacto. Había pisado el cable de una lámpara rota, y se estaba quedando pegado temblando como un dibujo animado mal ejecutado al que se le notan las diferencias de unas secuencias a otras. Vanessa Brokber lo vio y dejó de hacer lo que estaba haciendo para mirarle fijamente y encoger ligeramente los hombros echando hacia delante la cabeza en tanto que estallaba su risa. Pronto se dio cuenta que su buen compañero estaba sufriendo en vano, así que se apresuró hacia él. Cogió una maza plateada que había en una estantería (parecía conocer bien la tienda) y machacó la lámpara estropeada como si fuera una piñata. Los pedazos saltaron sobre sus cabezas y algunos fueron con tanta velocidad que se clavaron en el techo por los siglos de los siglos.
Florey se quedó parado, desconcertado por la descarga y por la actitud de su compañera. Ésta le miró y dejó caer la maza al suelo jadeante, como si hubiera salido de una película en la que tenía que matar un dragón. Al instante dejó de jadear y con ello se comprobó que estaba exagerando premeditadamente. Le sonrió y dijo:

- Tenía ganas de romper algo. No te preocupes, no tengo nada mejor que hacer.

Florey no sabía qué decir, así que dio el conveniente gracias, y tras recuperarse un poco volvió al trabajo no sin antes pensar que seguía sin contrato y casi se queda tieso en el sitio, con lo que Mr. Putt podría haberle cogido, hecho pedacitos y triturado en alguna vieja máquina del almacén.
Dejó de ordenar, miró hacia la puerta de la trastienda y se dirigió hacia su jefe.
- Mr. Putt, buenas tardes. Me gustaría dejar solucionado el contrato, me quedaría más tranquilo -Putt puso cara de fastidio, pero Florey se mantuvo firme-.
- Sí, muchacho. En cuanto tenga un momento.
- Señor, me gustaría que fuera ahora mismo, si no es inconveniente.
- Es inconveniente, Porey, estoy ocupado.
- Lo entiendo Mr. Putt, pero casi muero electrocutado en la tienda y eso me ha hecho recordar que estoy sin contrato y que bien podría haberme quedado seco en el sitio sin que nadie se enterara.
Su amado responsable cambió inmediatamente el gesto e intentó quitarle hierro:
- Bueno, tu compañera nueva se habría enterado -sonrió y abrió un cajón de su escritorio-.
- Lo sé Mr. Putt, ha sido ella la que me ha salvado.
- En ese caso firmemos tu contrato, joven. Y el de ella, hazla venir.
- Ahora mismo, señor.

Así lo hizo, y Brokber parecía sentirse incómoda y muy contrariada, como si no quisiera firmar. Pronto ambos tenían sus contratos, y el buen dependiente sintió rabia al comprobar que le había dado dos días de largas cuando era tan simple como abrir un cajón. Cruzó por su mente la CATITI (COMPAÑÍA DE AEROLÍNEAS TUBULARES INCOTRÓPICAS TRANSOCEÁNICAS E INTERCOMERCIALES) y supuso que podría haberse retrasado por eso tal cual le indicó su jefe, el mejor del mundo.

Vanessa Brokber y Benson Florey salieron de la trastienda, una con una sonrisa de incomodidad y otro contento y más tranquilo. Al cabo de un rato a los dos se les olvidó esas sensaciones y ordenaron la tienda en su totalidad. Sin lugar a dudas se notaba el trabajo de dos personas, pero a los clientes eso les dio igual. Entraron varias personas que no compraron nada, toquetearon y robaron tranquilamente. Iban ojeando artículos y cuando les gustaba uno se lo guardaban sin ningún disimulo, como si lo depositaran en la cesta de la compra para después pagarlo.
Brokber y Florey asistieron al espectáculo con la boca abierta, convencidos hasta el último instante de que lo pagarían dada su naturalidad. Tanta fue ésta, que dijeron "¡hasta luego!" sonrientes con sus gafas de sol y sus gabardinas de chorizo profesional. Entonces Brokber tuvo una genial ocurrencia que no dejó menos estupefacto a su nuevo compañero. Menos mal que Mr. Putt no estaba a la vista...



Vigésima entrega UNA NUEVA, VACILONA Y EXTRAÑA COMPAÑERA COLETUDA

    << Qué hombre más agradable. Así da gusto tratar con la gente, porque hay cada uno... y eso que no acabo más que empezar... "Me pareces más sincero y agradable por la sensación que me ha dado", qué amable. Yo también creo eso. Mr. Putt tiene algo que no me gusta nada. ¿No iba a encargarse él de ordenar la tienda?! ¡Pero si está todo igual que lo dejé ayer! Qué caradura. Vale que sea el jefe y esté ocupado, pero que cumpla con lo que dice o que no lo diga.
Espero que este cliente no tenga problemas con lo que ha comprado, no me gustaría que perdiera esa imagen que se ha hecho de mi. Está todo que da verdadero asco... menos mal que ahora mismo no hay mucha gente y voy a poder ordenarlo -justo en ese instante entraron veinticinco personas, que toquetearon, olisquearon y royeron todo lo que había a su paso. Muchos artículos se convirtieron en polvo de duende-. ¡No puedo creerlo! Esto no es normal... ¡menudo día que me espera! Esa mujer de allí... no puede ser, si es una chica joven. Qué decidida va... cualquiera diría que viene a buscar empleo. Pero no creo. >>
    Efectivamente, Benson Florey estaba en lo cierto. Esa chica iba a buscar trabajo y fue derecha a hablar con el pelo... digo estimado Ludbert Putt. Pasaron a la trastienda y al cabo de dos segundos la chica salía a la tienda sonriente y con un delantal. Pero algo no encajaba. Pronto fue directa hacia Florey para presentarse. Llevaba unos pantalones vaqueros ceñidos, una camiseta rosa de manga corta de algodón y el pelo castaño apartado en dos coletas a ambos lados de la cara como Punky Brewster. Algunas pecas recorrían sus mejillas y sus facciones parecían tener algunas arrugas, pero tenía además buen cuerpo.
- ¡Hola! Mi nombre es Vanessa Brokber -dijo amable y sonriente la chica.
- Hola. Benson Florey. ¿Vas a trabajar aquí?
- Sí, ¿por qué te extraña, muchacho? -"Muchacho", pensó Florey. Sin duda algo no encajaba-.
- No es que me extrañe, pero llevo dos días aquí y no pensé que fuera a contratar a otra persona -"teniendo en cuenta que no tengo ni contrato aún", pensó pero no lo dijo-.
- Cualquiera diría que estás molesto, chico. ¡Madre mía cómo está esto! ¿Tenemos que colocar la tienda entera?
- Me temo que sí. Supuestamente ayer Mr. Putt iba a poder ordenarla un poco porque me dijo que me marchara antes, pero no ha debido de poder.
- Ya veo.
    La joven tenía una chispa de picardía en los ojos, que parecían mayores en edad de lo que en principio eran.
- Perdona, pero me resultas familiar -dijo Florey por fin. La chica sonrió con cierta malicia-.
- ¡No me digas! Tú a mi también. Bueno, así que hay que colocar esto ¿eh? ¡Puf, qué pereza! ¿Qué pasa si hago esto?
    De repente cogió un montón de ropa de menaje para el hogar y la tiró al suelo ante la perpleja mirada de su compañero.
- ¿Qué haces?! ¿Quieres que nos despidan? A lo mejor a ti no te importa, pero yo necesito esto.
- No te equivoques, joven. Quieres esto para conseguir algo, pero tú como individuo no necesitas algo mediocre que te hace infeliz. Es tu decisión, y es respetable. A veces hay que sacrificarse, pero no deja de ser una decisión y no una necesidad.
    Benson se quedó boquiabierto ante esas palabras de adulta, mientras que la chica recogió el montón de ropa y se colocó un poco el pelo sonriendo por haberle dejado noqueado.
- Tranquilo, Florey. Era una broma lo de la ropa.
    Y se marchó sonriéndole. Le dio la espalda, se paró en el cruce de dos pasillos mirando a cada lado como si fuera a cruzar la carretera (en el fondo en esa tienda nunca se sabía), y se fue al otro extremo del comercio a ordenar.
Entretanto el buen dependiente aún no salía del asombro, pero se puso a ordenar reflexionando en lo que esa nueva compañera acababa de decirle, y en ese algo que no le encajaba.
La miró ordenar la tienda, soplándose el flequillo y retocándose las coletas. De cuando en cuando le miraba con cara de tonta y le hacía un saludillo ridículo que le hacía pensar que estaba riéndose de él. Pronto una idea le vino a la mente a Benson Florey: << Si no fuera porque esa chica parece tener un poco más de mi edad, diría que se asemeja a la mujer que estuvo aquí el otro día. Aquí huele a tabaco, no me lo puedo creer. >>


Capítulo décimo noveno EN OTRO CUERPO

Con todo el ajetreo del viaje a pie por la ciudad, y tras haberse visto retrasado por toparse con cinco bandoleros, dos brujas, un ejército en campaña y un largo camino, John Waltsbury entró en Depot. Era la primera vez que lo hacía aunque ya había oído hablar de "una tienda barata como un chino y con más variedad que un almacén al pormayor".
Estiró el brazo para abrir la puerta justo al poco de haberse parado en el escaparate y ver el interior prácticamente vacío de clientes y la tienda bastante desordenada. A la mente le vino la imagen de un elefante sujeto con una hermosa cinta al que habían intentado meter por la puerta; a duras penas habría entrado, y una vez dentro el pobre animal no habría tenido espacio suficiente como para girarse con comodidad en pasillos de cincuenta centímetros, por lo que habría dejado todo aquello hecho un asco.

Al abrir, un muchacho joven con un delantal en la mano iba a pasar también así que le cedió el privilegio de hacerlo primero respondiendo con otra sonrisa a la del chico. Parecía trabajar ahí.
En efecto, al pasar el joven se dirigió a la trastienda ordenando cosas que se encontraba de camino.
John Waltsbury echó un vistazo a lo que iba encontrando, pero ciertamente le pareció decepcionante la mayor parte de porquerías que tenían en esa tienda.
<< ¿Y esto se supone que es lo que merecía la pena? Bueno, es cierto que acabo de entrar pero de momento... A ver... no. Pensé que era distinta esta taza. ¡Una lata! No me lo puedo creer... ¿quién diablos se dejaría una lata de conserva aquí encima? Mira que la gente es rara... aunque si lo pienso bien -jod... como está esto-, yo también soy gente para los demás. Nada, en este pasillo no hay nada interesante. La verdad que es complicado ir a echar un vistazo sin buscar nada en concreto, pero bueno. La tienda no es pequeña de tamaño pero tiene tantas cosas que lo parece, con esas grandes estanterías blancas de madera hasta el techo. La de cosas que tienen aquí... ¿Es aquello lo que creo? A ver... -resbalón del pobre John Waltsbury- ¡Me cago en la p...!¿Es que no pueden ordenar esto?! Aunque como esté solo ese chico me temo que poco puede hacer. No puede ser, tiene que haber más gente trabajando aquí. Aquel parece ser el jefe. Qué tío más desagradable. Espero que no venga a decirme nada porque no podría ponerle buena cara con ese aspecto de lameculos que tiene. ¡No puedo creerlo! ¡Pero si este juego lo tenía yo de pequeño! No puede ser, si dejaron de fabricarlo. Pero esta tienda no tiene aspecto de vender antigüedades. Qué raro...>>

John Waltsbury se encontró con una mujer madura y atractiva que se le acercó. Era la señora Bernbrok. El lector puede pensar que era mujer oportuna, fantasmal o que siempre estaba en la tienda, pero nada más lejos de la realidad. Lo que pasa que da la casualidad que cuando retomamos el relato, la buena señora se encuentra convenientemente en la tienda.
- Yo que usted lo cogería. A veces olvidamos demasiadas cosas o nos deshacemos de ellas sin sospechar tan siquiera que llegará un día en que necesitaremos volver a recurrir a su compañía. Conozco muy bien esta tienda, ¿sabe? Estos pechos han visto ya muchas tormentas. ¿Le importa que fume? Claro que no -se encendió el cigarro en plena tienda-. Si ha pensado que aquel gordinflas de allí es el jefe, está en lo cierto.
Supongo que se le ha hecho extraño que tengan este juego aquí, ¿verdad? Lo es, francamente. Lo es.
Acto seguido se giró y dejó al hombre con sus interrogantes. Total, a ella qué le importaba.
<<Qué señora más rara. La verdad que sí es raro que tengan este juego aquí. Es de los... ¿70? En fin, iré a pagarlo y me lo llevaré. Espero que estén todas las piezas y que lo pueda cambiar si no.
A ver si encuentro algo más por el camino. ¿Aquello son sábanas? Jod... si tienen de todo aquí, es cierto. Qué cosa más fea... A ver... pues mira, no todas. Estas no parecen malas... no sé. Qué sitio más raro, tienen cosas que parecen de ganga y otras que parecen de cierta calidad, todas mezcladas. Menuda visión de negocio. Bueno, voy a pagar que aún tengo que ir a hacer la compra. Ahí viene el señor ese. Voy a esperarme. Ahí esta el muchacho. Sí que trabajaba aquí. Tiene puesto el delantal y está ordenando.>>
- Hola, perdona. ¿Me cobras por favor?
- Hola, por supuesto. Sígame por favor -dijo Benson Florey-.
- Es curiosa la tienda. No había estado nunca y la verdad que hay de todo, aunque un poco mezclados los precios y calidad.
- Yo llevo poco tiempo, señor. Pero lo cierto es que sí hay bastante variedad de cosas y muy diversas.
- Ya veo. ¿Aquél señor es tu jefe?
- Así es -respondió sonriente y con amabilidad Florey-.
- Prefería que me atendieras tú, entre tú y yo. Me pareces más sincero y agradable por la sensación que me ha dado.
- Muchas gracias, se agradece oír halagos de cuando en cuando.
- De nada. ¿Cuánto es, por favor?
- 19,90 porotos -dijo el dependiente-.
- Aquí tienes. Muchas gracias por todo, seguramente vuelva.
- Gracias a usted, ¡buenos días!


Capítulo décimo octavo VIAJE EN AUTOBÚS, TREN, ALFOMBRA, CAMELLO Y ÑU

Al día siguiente, durante la comida familiar Benson Florey intentó contar experiencias del primer día de trabajo. Pero enseguida alguien contaba otra cosa que tenía en la cabeza, interrumpía o asentían con alguna palabra de apoyo a ese asentimiento, sin mayor aportación. Todo ello hizo que Florey se sintiera vacío y a la deriva, pero es un camino que ya había escogido. El duro camino del esfuerzo en solitario.
No podía evitar sentir cierta angustia procedente de la consciencia de todo aquello que quería demostrar a los demás.

Pronto terminó la comida, se preparó y salió de casa entre ánimos y palabras de buena suerte.
Con el delantal limpio y planchado en la mano recorrió el camino que día tras día iba a hacer. Esas deliciosas ocho horas de viaje (si el tiempo se mantenía en la misma longitud y no se alargaba) serían sus meriendas y cenas. ¡Que Dios bendiga la cercanía de los lugares y el buen funcionamiento de los transportes!

Conforme iba aproximándose a Depot, los recuerdos del día anterior y las sensaciones que emanaban de la tienda, volvían a Florey haciéndole sentir en cierto modo parte de ello. Recordó que no llevaba música y que ese camino a diario sería tan tedioso como tener que arriar una vela cada día él solo. Ese pensamiento le cansó tanto que tuvo la sensación que vomitaría la comida, caería de bruces y se rompería en pedazos de porcelana como una muñeca forzada. No obstante el ajetreo y el silencio del autobús, tren, avión, alfombra voladora y ñu, hicieron que al buen dependiente le entrara una modorra del calibre de un cañón de largo alcance.
Pronto entró en duermevela mientras la cabeza le hacía unas piruetas que daba la impresión que se rompería en cualquier momento y rodaría por el suelo, pues Benson Florey tenía una increíble capacidad para dormirse en cualquier lugar.
Si le hubiera tocado compartir vivienda con una familia de gallinas y tuviera que adaptarse a dormir en un palo, él lo habría hecho. Además se habría dado la vuelta en el palo sin caerse.

Mientras coqueteaba con el sueño, y la realidad se difuminaba como una acuarela que se mezcla con tinta onírica, una cinta roja volvió a aparecer.
Fue tan real que creía que la estaba viendo. Él iba dormido, pero de repente despertaba y veía en la ventanilla una cinta enganchada como cuando Matilda se escapa de la casa de la Trunchbull.
Ni que decir tiene que se despertó sobresaltado y lanzó cagandeces y maldiciones contra la dichosa cinta.
Un día iba a comer sopa o espaguettis y de repente una cinta roja le iba a quedar atravesada en la garganta hasta ahogarse e iría a parar con la cara sobre la comida. Entonces se le quedaría cara de vaca con la lengua fuera y olería a pollo o tomate frito.
Volvió a experimentar esa sensación de asco, pero no era por sus pensamientos. No quiso reconocer que era por ello, pero ya estaba cerca de Depot.


Décimo séptimo capítulo EL LOBO DE CAPERUCITA, MR. PUTT Y LA CINTA ROJA

Justo en el momento en que reparó en aquella chica de su edad, tan guapa, atractiva y que caminaba por la acera de enfrente, entendió por qué iba por aquella acera -a la que le notaba algo extraño- y no por la suya.
Redujo la velocidad de su paso y vio cómo la chica se encontraba con otra, le cogía de la cintura y le daba un beso de tornillo apasionado como en una película de los años 50, en toda la boca. Sin lugar a dudas era esa la razón por la que iba por esa acera, y era eso lo extraño que notaba en la acera. <<Será mejor que no vaya por allí. Creo que no estoy preparado.>>, se dijo Benson Florey tragando saliva.
Continuó su paso turbado por cada acontecimiento nuevo que vivía o percibía esa tarde. Se preguntó si cuando llegara a su casa ésta no se convertiría de repente en la de Ricitos de oro y se lo comería el lobo de Caperucita. O peor aún: que lo violara el lobo de Caperucita y se lo comiera el Cancerbero.
No al lobo, si no a él. Aunque al lobo también podría comérselo. O violarlo y comérselo, según tuviera el día el Cancerbero.
Todo esto lo pensó Florey, no el humilde narrador.


Pronto -cuatro horas, quince minutos y cincuenta y dos segundos-, llegó a su casa donde terminaba de cenar su familia. Parecía que la escena habíase congelado quince minutos antes de que él llegara y se hubiera descongelado en el momento en que abrió la puerta.
Él no lo sabía pero así fue. Todos volvieron a ponerse en marcha terminando la crema de calabacín.
- ¡Hombre, mira quién aparece a estas horas! El futuro trabajador.
- Hola, cariño. ¿Qué tal ha ido todo?
- Hola. Bien, me han contratado para trabajar en una tienda que se llama Depot y que suministra la CATITI (Compañía de Aerolíneas Tubulares Incotrópicas Transoceánicas e intercomerciales).
- ¿En serio?! -dijo admirado su padre mientras su madre atendía con sorpresa-.
- Sí. Parece que Mr. Putt (mi jefe) está contento conmigo. Mañana vuelvo. Va a ponerme horarios grandes para hacer más horas y poder pagar mi carrera. Así que no os preocupéis, por fin puedo hacer algo por mi mismo.
- De verdad que me alegro mucho, cariño. Si estás contento... esto te da autonomía. Pero tienes que administrarte bien, y bueno, si necesitaras algo de dinero y nosotros podemos ayudarte...
- Gracias, mamá. Pero la intención es que no sea así, y de momento...

Dicho esto y hecho lo otro, y mientras la crema de calabaza se enfriaba en el plato (pasó tanto tiempo que el calabacín pasó a ser calabaza), terminaron de charlar amenamente entre bromas escépticas, berridos de los hermanos, alguna broma pesada y besitos de buenas noches.
Cuando Benson Florey se tumbó en su cama notó su cuerpo estremecerse como una escultura de arena que se desmorona al instante. Rápidamente fue entrando en los dominios de Morfeo, quien le recibió con mascarilla de noche y le llevó hasta la puerta de Depot, donde repetiría durante diez largos minutos, el proceso de atender clientes. Preguntas estúpidas, gente amable, gente desagradable...

Todo transcurrió con normalidad hasta que de pronto en su sueño apareció Mr. Putt con una cinta roja como las que había visto en la tienda.
Entre adulaciones por su buen trabajo, tendía la cinta del pelo alrededor del cuello de Florey para mostrárselo a los clientes. Entonces apretaba, apretaba y apretaba hasta que Benson Florey no podía más.
Se despertó jadeante y en un estado de tal agitación que sabía que al día siguiente no miraría con ojos normales a su amado jefe. Se dio cuenta que por la postura en que estaba tumbado no podía respirar, y eso habría motivado el sueño.
Durante unos segundos tuvo que encender la luz para comprobar que eso que había soñado no estaba sucediendo ni iba a suceder de momento.
Pronto se recuperó y volvió a tumbarse. Cerró los ojos y durmió.
Una cinta roja cruzó arrastrada por el viento en su mente, pero él no lo recordaría cuando despertara.


Parte décimo sexta "IMPRESIONES, IMPOSIBILIDADES, ESPERANZA Y LA CATITI (COMPAÑÍA DE AEROLÍNEAS TUBULARES INCOTRÓPICAS TRANSOCEÁNICAS E INTERCOMERCIALES)"

Cuando Florey salió de la tienda, tuvo que entrecerrar los ojos cegado por la luz del Sol que aún quedaba antes de terminar el día. En comparación con la penumbra de aquella caverna de un oso llamado Mr. Putt, parecía que el mundo acababa de crearse y su luz lo invadiría todo. El tiempo era cálido y en la calle daba la sombra. En cuanto el dependiente cruzó el umbral de la puerta cogió aire llenando los pulmones y empezó a caminar rumbo a su casa, pensando en todas las cosas sucedidas durante la tarde y qué contaría a sus padres; cómo reaccionarían. Durante un buen rato dejó su mente en blanco, pues trabajar en una tienda con todo ese ruido de ambiente (gente parloteando, trastos chocando, abrir y cerrar la caja registradora, el sonido de las monedas, las bolsas -¡qué sonido más odioso!-...) le hizo necesitar desconectar su ordenador mental, por lo que todas sus neuronas fueron a la sala de descanso y tomaron bebidas y sandwiches de máquina.
Pronto le invadió esa sensación de vacío que le queda a uno cuando está a solas y deja de pensar. Durante unas centésimas de segundo sintió pesar dentro de sí, pero al instante se le pasó en cuanto fue consciente del ruido que hacía al andar. Se miró los pies, cómo uno iba delante del otro. Y vio sus zapatillas de un estilo entre deportivo y zapato, como a él le gustaban. Encima de ellas sus pantalones vaqueros, y sobre éstos un polo blanco con algunas anchas líneas horizontales en azul marino, que le hacían parecer más corpulento y esbelto.

Levantó la vista y notó algo curioso digno de atención: había incrementado su observación de la gente. No sustancialmente dado que sólo había trabajado un día, pero si ya de por sí era más observador que una lupa, en esta ocasión veía mucho mejor que antes cierta esencia en las personas. Era una impresión inefable y no sabría decir qué veía exactamente, pero estaba ahí como que existía la CATITI (Compañía de Aerolíneas Tubulares Incotrópicas Transoceánicas e Intercomerciales). Él se dio cuenta de este hecho, por lo que comenzó a ordenar mentalmente las cosas que había vivido en su primera experiencia laboral. Entre ellas su horario y sueldo; y calculó cuánto dinero necesitaría para pagar sus estudios.
Pero, oh, oh..., se dio cuenta que iba a tener que estar mucho tiempo trabajando ahí. Pensó en otras opciones, pero tener dos trabajos no era una de ellas dado que no tendría momento para ponerse a estudiar o entregar trabajos. También sopesó el buscar otro empleo, pero por lo que tenía entendido en todas partes estaban pagando parecido. Decidió aceptarlo y esforzarse, aunque también sentía en cierto modo que debía permanecer en esa asquerosa tienda porque iba a aprender o encontrar algo. No sabía qué, pero sentía que era así.

De pronto recordó la forma tan extraña en que su estúpido jefe le había despachado, y dudó que él mismo ordenara la tienda, llegando a preguntarse cómo lo había estado haciendo hasta que le "contrató". Por qué razón podría haberle dicho que eso era todo tras recibir una llamada, era un misterio semejante al de por qué la gente se había comido objetos en la tienda, por qué había aparecido un autobús, por qué una señora habíase convertido en pompas de jabón o por qué una cinta roja aparecía por todas partes. Esa noche soñaría que atendía clientes tal y como sucede el primer día de trabajo de cara al público, pero aún no lo sabía.

Inmerso iba el joven en sus pensamientos cuando vio una chica con un estilo de vestir parecido al suyo y que caminaba por la acera del otro lado de la calle. Tenía el pelo castaño claro, a media melena y era de facciones muy hermosas. Benson Florey pensó: <<¿Y si tengo que permanecer en la tienda para encontrar alguien como ella?>>.


Capítulo décimo quinto  COMPAÑÍA DE AEROLÍNEAS TUBULARES INCOTRÓPICAS TRANSOCEÁNICAS E INTERCOMERCIALES

Transcurrió el resto de la tarde en la misma tónica. Hornadas de gran cantidad de gente y otras de más soledad que en un edificio abandonado. Tanto es así que si se prestaba atención se podía oír a los objetos gimotear. Esto dio miedo a Benson Florey.
Por fin Mr. Putt y él tuvieron un momento a solas, pero no se enrrollaron; sino que el dependiente preguntó a su jefe por el contrato que iría a firmar y el salario.
- Disculpe, Mr. Putt. ¿Podría firmar mi contrato ahora y decirme cuánto cobraré? Es que estoy muy contento con el trabajo y me gustaría saberlo.
¡Bravo por Florey! Qué muchacho más avispado para ser su primer empleo. Aunque hay que reconocer que él mismo se sorprendía al verse en una faceta desconocida. Quizás era un don.
- Me alegro de que estés contento, muchacho Borey. El contrato me lo tienen que mandar de Sebastopol, que es donde está la sede de la Compañía de Aerolíneas Tubulares Incotrópicas Transoceánicas e Intercomerciales que me suministra de artículos. ¿El tiempo que puede tardar? Pues aproximadamente..., a lo máximo..., una semana. Pero no te preocupes que yo estoy pendiente de ello y no lo olvido, Flori.
Una sensación de incredulidad con cierta confianza en sus palabras corrió desnuda por el interior del joven dependiente como una fantasía erótica. Por no mencionar que le llevaban los demonios cada vez que el imbécil de su jefe decía mal su nombre.
- Es Florey, señor. Benson Florey, como ya le he indicado.
- Sí, lo sé. Bueno, y ahora... ¡a ordenar esto!
- Disculpe, Mr. Putt. En cuanto a mi salario....
- ¡Oh, sí! Tu salario. Pues veamos..., trabajarás... -su cabeza intentó ser suciamente creativa- nueve horas al día para empezar. Así podrás ganar más para costear tus estudios como me dijiste. ¿Qué te parece? -¡Pero qué generoso Ludbert Putt! Florey no salía de su asombro. A lo mejor no era tan mezquino como parecía-.
- ¡Muchas gracias, señor! ¿Y cuánto será mi salario?
- Ah, sí. Pues naturalmente..., 3 petrodólares la hora.
- ¿Tres petrodólares?
- Así es.
- Está bien. Gracias Mr. Putt. Continuaré recogiendo la tienda.

El gordo jefe marchó a descansar a la trastienda mientras Benson Florey ordenaba una tienda a la que habría sido más fácil prender fuego que levantarla otra vez. Pronto pudo oír el teléfono y el balbuceo de su jefe parloteando. En seguida salió.
- Estimado Florey, esto es todo por hoy. Ha sido período de prueba y lo has superado. Mañana pásate por aquí a la misma hora. Gracias por tu trabajo.
- Si es necesario que me quede a ordenar todo lo posible lo hago, Mr. Putt. No me importa.
- No te preocupes. Yo me encargo por hoy y mañana ya seguirás tú.
- Está bien, señor. ¿Qué hora es?
- Son las 20 de la tarde. Recuerda que mañana vendrás nueve horas, ¡vente con fuerzas, muchacho!
- Está bien, muchas gracias. ¿El delantal lo dejo aquí o prefiere que me lo lleve?
- Llévatelo mejor y traelo limpio y planchado. Hasta mañana.
- Hasta mañana, Mr. Putt.

Curioso asunto aquél, ¿no creen? Pero aquí hay que señalar un par de cosas: al día siguiente todo seguiría tal cual se quedó, y era mejor que se llevara el delantal para lavarlo y plancharlo porque nadie lo hacía desde hacía años. La buena madre de Florey se sorprendería del color real del mismo. Por su parte, el amable dependiente no pudo evitar acordarse de la señora Bernbrok (nombre que él desconocida, por supuesto). Su rostro se dibujó en su cabeza como un holograma silencioso y evanescente.

Sin duda Mr. Putt era un hombre tan oriundo, pelota, generoso y misterioso como desagradable. Y lo mejor de todo es que, a pesar de lo intenso de la jornada, de las sorpresas para el joven Florey y de su increíble capacidad de adaptación e intuición para el trato con el cliente, es que solamente acababa de empezar.


Décimo cuarta parte "PECHOS DE TORMENTAS"

Todo el mundo continuó comprando y oteando por la tienda en tanto que una niña pasaba por el pasillo donde se había producido la discusión y se ponía a intentar comer las pompas de jabón. En ese instante la misma señora que acababa de metamorfosearse pasaba por delante del escaparate con gesto asqueado enseñando los dientes y frunciendo el ceño, y se paraba como si estuviera a punto de recordar algo. Miró hacia el suelo con la misma expresión y luego al interior de la tienda, pero al no venirle nada a la memoria continuó andando. Dicen que cuando alguien explota en burbujas, palomitas, chucherías, estrellitas o se convierte en espuma, aparece en otro lugar del universo de forma aleatoria. Tuvo suerte de volver a aparecer en la misma ciudad.
La buena señora Bernbrok cogió su par de tacitas y pisando los restos se dirigió a la caja. Pero al ver lo atestada que estaba la tienda, un malicioso pensamiento acudió a su mente. Florey estaba en shock y a punto estuvo de comerse toda la estantería de latas decorativas como si fuera una cabra. La señora siguió esquivando obstáculos y se puso a la cola mientras Mr. Putt cobraba con una sonrisa de auténtico cretino y hacía la pelota a la gente como si le fuera la vida entera en ello. Bernbrok estuvo mirándolo detenida y atentamente. Sus micro expresiones indicaban cosas sucias y comenzó a sentir repulsión y una impresión de falsedad sin límites. Sin mover demasiado la cabeza, bajó la mirada a sus dos tacitas y salió de la cola. Tarareó una Silly symphony de Disney y se dirigió hacia la puerta.
Florey no le quitaba el ojo de encima y decidió ir a su encuentro para impedirle robar las tazas.
- Buenas tardes, señora. Disculpe que no le hayamos podido atender antes, pero mi jefe está muy ocupado. Yo mismo le cobraré sus artículos.
La señora Bernbrok quedó sorprendida.
- Buenas tardes. En verdad ya está pagada y me dispongo a salir, muchacho.
- Disculpe, señora, pero es que no le he visto pagar los artículos. No he podido evitar ver su discusión con aquella señora de antes... la pobre... y ahora...
Bernbrok sonrió con sus labios sencillamente pintados en un color oscuro y sus ojos azules agrisados.
- Bien sabes...
- Florey, señora. Benson Florey.
- Oh, vaya. Tienes nombre de mayordomo. Bien sabrás que esa señora no era pobrecita. Si me has estado observando has podido comprobar lo que estaba sucediendo. Y bien sabrás que toda esa porquería que queda en el suelo te tocará recogerla a ti, por no mencionar que si no paro a esa p... loca ahora mismo tendrías la tienda entera por recuperar. Y créeme, a ese cretino que tienes por jefe tanto le da. No tiene pérdidas porque siempre se las apaña de una manera u otra. -Miró al joven dependiente con cara de compasión- Joven Florey, ándate con cuidado en esta tienda. Suceden cosas extrañas -¡y mira quién se lo decía!- y tienes un jefe que vale menos que un salivazo. Yo que tú me preocuparía más por dónde estoy y hasta dónde llegan mis obligaciones que por un par de tazas de contrabando que vende este imbécil. ¿Acaso ya tienes un contrato y un salario establecido? Porque hasta donde yo sé, seguramente ahora mismo estés trabajando gratis como un montón de estiércol que viaja en carreta.
- ¿Cómo sabe usted eso, señora? -preguntó con más sorpresa que una exclamación-
- ¿Lo del estiércol?
- Lo del contrato.
- Porque tengo una edad, querido muchacho. Estos pechos ya han detectado muchas tormentas. Buenas tardes.
Y salió tan campante por la puerta mientras el pobre dependiente se quedaba de nuevo con la boca entreabierta. Un transeúnte que pasó por segunda vez por delante de la tienda lo vio, y pensó que era un pobre lerdo.
"¿Así que aquí pasan cosas extrañas... y sus pechos han detectado muchas tormentas?¿Cómo sabía que trabajo sin contrato hoy? A lo mejor es una inspectora, pero se ha llevado dos tazas sin pagar... debería habérselo impedido. Pero ¿qué podría hacer yo, de todos modos? Creo que debo tener en cuenta lo que me ha dicho esa señora tan extraña. En parte ha puesto palabras a muchas cosas que pienso. ¿Qué hora debe de ser ya?", pensó Benson Florey.


Entrega décimo tercera "SUNSHINE, LOLLIPOPS AND RAINBOWS"

Florey seguía ordenando discretamente para que no le llamara la atención su responsable jefe. No se dio cuenta que tenía la boca entreabierta y que podrían colársele culebras y gusarapos. Pero el centro del universo estaba ahora en aquella mujer que acababa de entrar.
Caminaba decidida hacia la señora con síndrome de testadora, pues quería comprobar la resistencia de todo. De cuando en cuando miraba furtivamente y disimulando a algún estante por delante del cual pasaba.
Durante el camino encontró dos tazas de té de porcelana con flores rojas y las cogió olvidándose de su misión. Siguió el recorrido hacia la señora, sin pestañear. Por fin se puso al lado. La buena mujer tenía cara de asqueada, porque cogía los artículos con una mueca como si los hubieran pasado por el culito de un bebé al que van a cambiar el pañal. La mujer que estaba en el escaparate, la señora Bernbrok, se quedó mirando a la clienta y le esbozó una sonrisa inclinando ligeramente la cabeza hacia la izquierda de esa manera en que lo hacen los perros cuando les silbas. Ni caso, oye. La mujer estaba en su mundo de pruebas. Cogía un plato, lo ponía a contraluz (sin ver nada, claro) y lo miraba por todos los lados posibles como si fuera a encontrar una pepita de oro. Luego lo volvía a levantar y lo machacaba contra una estantería. Acto seguido ponía cara de asco y decepción y dejaba los trozos por ahí.
La señora Bernbrok seguía mirándola, esta vez con los brazos en jarra y la boca entreabierta también. Con tantas bocas entreabiertas iba a desaparecer la mitad de la población de moscas de la ciudad.
Mientras le miraba, la clienta cogió una tacita y repitió el proceso del plato, pero esta vez mordió el borde. Sin duda parecía buena puesto que no se rompió, por lo que apretó la mandíbula como si fuera un cocodrilo hasta que partió la taza con sus ennegrecidos dientes a causa del tabaco. La Bernbrok no salía de su asombro, así que manteniendo uno de sus brazos en jarra, puso el otro apoyado en la balda de la estantería. ¡Qué tía la otra, seguía sin hacerle caso!
Al instante la clienta paró como si hubiera notado un pinchazo en una nalga. Se inclinó levemente hacia la estantería sin mirar nada en concreto y olisqueó. Olisqueó cada vez más, como un perro, hasta que su refinado olfato fue llevándola a las tacitas que sostenía la buena señora Bernbrok. Ah, no. Eso sí que no.
Bernbrok levantó las preciosas tacitas y las movió lentamente de un lado para otro ante la inquisitiva mirada de la clienta. ¿Acaso lo que olía eran las flores que estaban pintadas en la taza?
- ¡Caramba, señora! ¡Menuda mano tiene usted para probar las cosas!
- Sí.
- ¿Es nueva por aquí?
- ¿Pero quién c... es usted? Déjeme en paz, que estoy comprando.
- Bueno, comprar, comprar... -dijo la Bernbrok-.
- ¿Y qué le importa a usted?¿Acaso esto es suyo? No lo creo -pasó el brazo por toda la estantería y lo tiró todo al suelo, destrozando todo menos un plato a juego con las tacitas que sostenía su contrincante-.
- No, no lo es. Pero me sorprende que no haya venido ya aquel analfabeto de allí a cantarle las cuarenta -haciendo referencia a Mr. Putt-.
- He dicho que me deje en paz. -Y comprobó que el plato del suelo seguía intacto, por lo que mirando desafiante a la mujer que tenía delante, lo partió con el tacón. Ese sonido de la cerámica rompiéndose, granuloso y que araña, se metió en la cabeza de la señora Bernbrok.-
Puedo hacer lo que me de la gana. Y qué me importa y qué le importa a usted. Métase en sus asuntos, vieja.
En ese momento la clienta fue a coger las dos tacitas de la mano de Bernbrok.
- ¡Deje usted estas tazas, señora!¡Déjelas por su propio bien, maldita sea!¿Cómo no me habré dado cuenta antes con esa cara de zopenca que tiene?
- ¿Zopenca?
Al instante, y muy puntualmente, llegó Mr. Putt encantado de la vida por ver que sus clientes discutían por el género.
- ¡Oh, señoras! Por favor, no discutan ustedes, que puedo pedir más artículos si los desean.
Ambas le miraron estupefactas, pero Mr. Putt no retrocedió y mantuvo su sonrisa estúpida.
- Estamos bien, señor. Es usted muy amable - dijo sonriente la Bernbrok. Y Mr. Putt se retiró.-
Y ahora, doña Tonta, suelte estas tacitas.
- Como usted quiera.
La señora le arrebató las tazas y alzó los brazos para reventarlas contra el suelo. La buena señora Bernbrok enrojeció como si tuviera sarampión y su cara se puso color langosta, fruto de la ira. La vena en el cuello se le marcó y los ojos se encendieron con un odio tan vivo que parecía que podrían fundir cualquier cosa. La clienta comenzó a pensárselo dos veces antes de estampar las tacitas. Bernbrok irradiaba una extraña energía y hay quien dice que su cuerpo emanaba un ligero humo. La clienta tragó saliva, pero su gesto cambió con decisión y fue a estrellar las tazas.
Vista general de la tienda. Clientes alrededor de las señoras acongojados y en retirada. Barullo. Sonido de cerámica rota pisada. Plano general de la tienda en picado. Orden amenazante por parte de la Bernbrok. Clienta en sus trece lanzando improperios y con la última decisión de romper las tazas. Suena en toda la tienda esto https://www.youtube.com/watch?v=XQmBXEZEYtg. Estrella las tacitas y la señora Bernbrok convierte a la clienta en pompas de jabón justo cuando llega el último momento de la canción. Todo vuelve a la normalidad. Pero, ¿por qué ha hecho todo esto y quién es?


Décimo segunda entrega "CASTIGO DIVINO"

Sí, atendió maravillosamente. En algunas ocasiones se sorprendía por hacerlo tan bien, aunque como es lógico sufría alguna traición por parte de su lengua, que le hacía quedar inseguro y bobalicón. Se puede añadir que Benson Florey tenía una expresividad casi nula porque él era así. Muchas veces la gente se quedaba esperando su respuesta gestual y le analizaba la cara para ver la más ligera insinuación. No llegaba. Tendría que terminar fingiendo los gestos pero aún era pronto.
Mientras atendía, poco a poco, la tienda fue llenándose como si la ciudad estuviera en llamas y fuera el único refugio al que acudir. Serían sobre las 18 de la tarde, pero el joven dependiente no lo sabía pues no tenía reloj ni un jefe que se lo dijera.
Al cabo de medio minuto y treinta y dos segundos lo poco que habían podido ordenar las manitas del buen dependiente, ya estaba por el suelo. La ropa desdoblada, las tazas vueltas o rodando por los estantes... el muchacho se cansó tanto que podría haberse muerto en ese momento, o haber cogido una ametralladora para aviones antiguos y haberla descargado en la tienda, destrozando hasta la más minúscula mota de polvo. Pero no lo hizo (¡quién diantre podría hacerlo!) y volvió a ordenar lanzando resoplidos, que eran absorbidos por el ruido de la tienda. Si hubiera podido entrar una sola persona más, habría pensado que estaba en un aeropuerto o una estación de autobuses. Aunque no tentemos demasiado a la suerte porque cosas más raras se han visto.
Prontamente (a los treinta minutos y cuarenta y dos segundos) salió Mr. Putt limpiándose la boca de haber comido un bocadillo, es decir, otro. Se frotó las pezuñ... digo manos, y fue preguntando a la gente si necesitaba alguna cosa. Daba igual si la necesitaba o no, porque se ponía a intentar vender la moto hasta que cedían fruto de la estupidez; o terminaban cansándose y se iban de la tienda. Entre tanto Florey no dejaba de pensar en la cinta roja y en el baúl del almacén. Justo cuando su interior se desplomaba como un edificio apuntalado y amenazado por la fuerza del viento, recordaba la cinta roja y volvía a tener algo de aliento para sortear la tarde. Debería sentirse agradecido por encontrar un empleo tan rápido que le abriera la antesala a sus anhelos. O eso se decía. Una vez más, algo crecía en su interior y no era sólo la curiosidad por el contenido del baúl o pensar en esas cintas rojas, sino que cuanto más aburrido estaba por hacer lo mismo con una satisfacción nula, más recordaba que no tenía aún su contrato, ni sabía su hora de salida ni cuánto cobraría. Perfectamente podría trabajar gratis ese día y que su amado jefe le dijera: "Gracias, hasta luego."
Mientras pensaba esto alzó la vista al otro extremo de la tienda y vio entre las cabecitas una mujer que estaba toqueteando ropa. Cogía la prenda, la sobaba y tiraba de ella para quitarla de la percha. Si no salía con facilidad seguía tirando hasta romper la percha o sacar la prenda. Una vez tras otra. Pero Florey no iba a caer esta vez, así que se agachó y colocó la parte baja de la estantería. En cuanto la tienda comenzó a vaciarse de nuevo Putt volvió a la trastienda, y ordenarlo todo volvió a ser la principal obligación del joven dependiente, que empezaba a pensar que la tienda parecía más suya que del buen Putt. En una ocasión Florey miró hacia la calle y vio delante del escaparate a una mujer entrada en edad con gesto muy serio e impávido. Parecía de esas personas que lanzan cortantes respuestas y con las que es mejor no meterse. Fumaba un cigarro mirando al interior de la tienda, pero a diferencia de la mayoría de la gente, ella no miraba los objetos, las estanterías ni el escaparate; estaba mirando a las personas que se hallaban en el interior. Benson Florey reparó en que la señora mantenía clavada la vista en la mujer que estaba destrozando la tienda y tirando de la ropa. Ésta última quería ahora comprobar la resistencia de los vasos, así que tiró un par de ellos. La mujer apagó el cigarro y entró en la tienda. Vestía ropa de calle de forma sencilla pero arreglada y era muy atractiva para la edad que tenía. Su pelo era corto y ondulado de un color casi cobre gastado, recordando en forma al de Susie Garret en Punky Brewster. Llevaba un maquillaje sencillo y nada recargado.
Cuando abrió la puerta hizo ademán de ver el género pero fue directa a esa señora rompelotodo. Al buen dependiente se le abrió ligeramente la boca mientras continuaba con sus quehaceres. ¿Cuál sería el desenlace?


Entrega décimo primera "LA CURIOSIDAD ATRAJO AL GATO"

Para ser sinceros Benson Florey dudó sobremanera si coger la cinta roja o no. Bastantes cosas extrañas había visto ya con ella. Justo cuando fue a agacharse para recogerla, el caballero al que se la había vendido apareció volando por la calle sujeto de la dichosa cinta, pero lejos de estar asustado estaba más contento que un tonto, sonriendo y con las gafas torcidas. Bendita criatura del Señor.
Tras mirar a través del escaparate y ver semejante espectáculo, el dependiente cogió la cinta y repitió mentalmente las palabras de la mujer: "Almacén, electromagnetismo... las cintas no son iguales." ¿Y si de entre todas las cosas que estaba viendo ese día esa era la única con sentido real?" La dobló con cuidado y la guardó en el delantal mientras siguió ordenando. Pero algo pesaba en su mente y pinzaba su corazón. Ese atisbo de duda que comienza a arder con violencia y crece hasta que domina toda nuestra mente y posee nuestro cuerpo, resumiendo el universo a un solo deseo. Echó una ojeada hacia la puerta de la trastienda y caminó despacio hacia la puerta del almacén, oculto por otra cortina. Cuando llegó la descorrió con cuidado. La habitación estaba bastante oscura de no ser por un pequeño tragaluz que iluminaba el espacio de forma difusa y polvorienta, y olía a cartón, polvo, una ligera humedad y a cerrado. Entró en escena la decepción al ver que solo había cajas con stock de objetos que vender, pero en el momento en que iba a darse la vuelta recordó la cinta roja, y la buscó.
En efecto, a pocos metros había una cinta en el suelo por lo que fue guiándose por ella hasta otro lugar del almacén oculto tras las cajas. Era mucho más grande de lo que había visto y en esta parte estaban apilados y guardados diversos objetos que actualmente no estaban a la venta. Sin lugar a dudas eran objetos viejos que parecían haber ido acumulándose y olvidándose durante años por los distintos propietarios del local. Si a que las cajas ocultaban esta parte del espacio, le unimos que Mr. Putt no destacaba por su capacidad de trabajo, se volvía comprensiblemente cristalino que permaneciera oculto.
El buen Florey continuó tirando con suavidad de la cinta hasta que fue a parar con un baúl de cuero rojo muy oscurecido por el polvo y el paso del tiempo, lo que le llevó a preguntarse cómo sería su color original. Humedeció un extremo limpio del delantal con saliva y frotó con cuidado, sacando a relucir un precioso y vivo color rojo. Quedó tan prendado por el descubrimiento y la sencilla belleza del objeto que le hizo entrar en un profundo estado reflexivo. Lo acarició instintivamente con dulzura y miró a su alrededor: latas viejas de hacía cincuenta años, marcos tallados, piezas de vajilla, algún juguete... a él, joven desdichado y decidido a sacrificarse por su futuro, su familia y sus sueños, le tocaba la suerte para hacer semejante hallazgo. Buen fan de lo antiguo... ¡bendito muchacho éste!
Pensó si su amado jefe conocería la existencia de aquello, lo cual era probable, pero se veía que no solía entrar ahí ni por asomo. Total, si al buen Mr. Putt no le daba por trabajar apenas, cómo iba a otear el almacén; ¡paparruchas mondadas!
Su curiosa vista volvió a reposar sobre el baúl, pero cuando intentó abrirlo vio que se encontraba sellado por una cerradura dorada resistente e igualmente hermosa. ¡Ah, embriagador descubrimiento! Lástima que en el instante en que iba a buscar algo con que abrirlo y dar otro vistazo al lugar sonara la puerta de la tienda. Se lamentó echando maledicencias para sí mismo, ocultó el apartado del almacén lo más posible y salió sonriente a atender. Pero ese cuarto y ese baúl no se le iban a ir de la cabeza así como así. ¿Tendría alguna relación el color del objeto con las cintas rojas?


Décima entrega "TETERAS Y CINTAS ROJAS"

Y en estos pensamientos pasó el joven dependiente su bendita tarde. La primera trabajando y la más productiva de su vida.
Mentira cochina.
No obstante, su estado de ánimo estaba como montado en una montaña rusa; dando quiebros, saltos, aterrorizado por las bajadas y calmoso por las subidas. Tuvo que atender y cobrar a algunos clientes más, dándose situaciones difíciles que salvó como buenamente pudo.
Ese sentimiento de inseguridad por cómo lo hacía y por no saber, desencadenaba en frustración y en preguntarse si valdría para aquello o si podría encontrar algo mejor. Por un momento sintió no tener ningunas ganas de oír a su jefe echarle algún reproche. Ni a ningún cliente maleducado.
En un momento dado entraron un par de hombres que saludaron convenientemente y comenzaron a echar un vistazo por la tienda. Compraron algún elemento de cocina y ropa interior masculina. Cuando fueron a pagar una de las prendas no tenía etiqueta ni precio. Los caballeros continuaron hablando mientras Florey escaneaba los artículos. Estuvo un buen rato buscando el código en el que faltaba. Tanto, que los hombres parecían haber enmudecido durante siglos y los relojes haberse parado. En la calle los días y las noches se sucedieron con una rapidez obscena y la prenda se deshizo entre sus manos como si fuera papel quemado. Uno de los hombres para quitar hierro al asunto dijo: "Ese es gratis". El buen dependiente dudó durante un segundo y miró inconscientemente hacia el lugar donde estaban, por si había algún cartel de promoción. Pronto reparó en que se trataba de una broma y de ingeniosa que le pareció se rió y pidió disculpas por tardar, a lo que la pareja de caballeros respondió muy amablemente que no tenía importancia y carecían de prisa.
Finalmente Benson encontró un calzoncillo igual y pudo escanearlo, informando a los clientes por el precio a pagar. Un "disculpen" y "gracias, hasta pronto." fueron las últimas palabras que retumbaron en la tienda casi durante el resto de la tarde.
Dado que Mr. Putt se preocupaba por el muchacho lo mismo que una piedra por otra, decidió buscar aquellas cosas sin etiquetas ni precios y apañárselas para ponérselos; evitando en el futuro inmediato situaciones desagradables. De este modo se ganaría también cierta admiración de su estimado jefe.
Mientras paseaba buscando artículos rebeldes por la tienda, volvió a percibir que lo miraban fijamente. De tanto en tanto paraba y miraba a su alrededor para desprenderse de su fantasía o descubrir al voyeur. Sin darle más importancia, continuó hasta que no hubo más artículos susceptibles de no estar clasificados, por lo que retomó la tarea de ordenar el desastre que aún quedaba en la tienda. Hasta que de pronto, sin previo aviso, una mujer miraba fijamente al muchacho en la zona donde se hallaban colocadas las teteras. Ambos quedaron mirándose a la cara como dos animales que se encuentran por primera vez, posando efímeramente la vista en las cosas que rodeaban al otro como si fueran a atacar compinchadas con el oponente. Tal fue la tensión, que se la oía arañar la cerámica de las vajillas y el vidrio. De hecho, un transeúnte que pasaba corriendo por delante de la tienda desaceleró violentamente como si el aire fuera un millón de veces más denso. Adelgazó siete kilos, terminó el recorrido antes de lo previsto y decidió pasar todas las tardes por allí hasta estar en su peso ideal.
Por fin la mujer habló:
- Si dudas, es que no.
Florey quedó aturdido como un pobre insecto que choca contra un cristal.
- ¿Si dudo es que no? ¿Qué quiere decir?
- Lo sabrás. Lo sabrás cada vez que dudes.
- ¿Puedo ayudarla en algo, señora?¿Busca algo en particular?
- Yo busco lo que tú encuentras. Estas teteras me parecen bien. Las cintas no son iguales.
Durante una centésima de segundo el joven Florey deseó que todo cuanto contenía la tienda se le viniera encima con vehemencia para acabar con su existencia en aquel lugar para locos. Pero en parte esa nueva realidad era mucho más entretenida.
- ¿Qué cintas? No entiendo lo que quiere decir, señora.
- No tienes que entender nada porque ni tú mismo te entiendes. No entiendo yo tampoco. Almacén, electromagnetismo... que sí, que no, que caiga un chaparrón.
Y desapareció agachándose tras la estantería. Cuando el dependiente se acercó sólo había en el suelo una cinta roja como la que había encontrado aquella mujer que sacó un autobús tirando de ella. Sin lugar a dudas Florey estaba teniendo un primer día duro. Y fruto de ello su cabeza rozaba lo insano.
De todas maneras no todos los días iban a ser así, y a veces, tras un día lleno de cosas inolvidables le sucede otro en que apenas pasa nada. Suerte tendría si todos los días fueran tan entretenidos. Aunque no muy lejos de allí, sin él saberlo, alguien estaba a punto de hacer divertidos esos días insulsos.



Novena entrega "UN PLAN EXITOSO ES UN NEGOCIO EXITOSO."

Poco a poco, y muy lentamente, fue pasando el tiempo y la tienda fue liberándose de clientela. Florey tuvo varios altibajos de inseguridad, pues era muy joven y era su primer trabajo. Preguntábase de dónde habría sacado aquella decisión en momentos anteriores durante la tarde, aunque en vista de las cosas tan raras que sucedían en prácticamente cada pasillo, no pudo extrañarse mucho más.
Al cabo de ochocientos setenta segundos, solamente quedaron unas pocas personas de las que pudo encargarse (o intentarlo) Benson Florey.
- Muchacho, ordena todo esto mientras hago cuentas -dijo el jefe acercándose hacia el dependiente-.
- Mr. Putt, me gustaría preguntarle por mi horario de salida hoy y sobre el contrato, dado que aún no hemos tenido tiempo para hablar.
- De momento ordena la tienda, y cuando acabes veremos a qué hora te puedes ir. En cuanto al contrato, hoy seguramente no nos de tiempo pero mañana lo vemos. ¡Sigue así!
Y antes que Florey pudiera responder o reflexionar, su estimado jefe ya estaba marchándose frotándose las manos. ¿Se plantearía contratar a alguien más con ese ajetreo?¿Cómo se había apañado hasta entonces él solo?
A quién diantres le importa.
Florey se giró y continuó ordenando toda la tienda, dado que toda la tienda había quedado para que él la ordenara. En un momento determinado ya no había ningún cliente y él permaneció a solas pensando en su situación. <<A saber a qué hora saldré ahora. Mira cómo han dejado esto... ¿la gente come cosas?¿acaso le gusta destrozar? Debe de hacerla sentir poderosa. Me comería un sandwich ahora, estoy muerto de hambre. No voy a terminar nunca esto. Qué desastre. Quién me mandará a mi... en realidad no tengo más remedio. Y aún no lo he contado en casa. Seguro que no me creen. Creo que lo mejor es que no cuente nada o casi nada de momento, no quiero que piensen que no soy capaz. Quiero demostrarlo. En fin, por el momento es mejor centrarme en ordenar esta maldita pocilga. Y este Putt de las narices me está empezando a dar largas, debe de pensar que porque soy joven o nuevo también el ser tonto viene en el pack. Tendré que estar más pendiente...>>
Al poco tiempo volvió el gordo Putt para sorpresa de Florey.
- ¡Muchacho!¡Las cifras van de maravilla, como era de esperar!¡Un plan exitoso se convierte en negocio exitoso! Sigue colocando. Si esto continúa así, encargaré unas máquinas de comida y bebida para tener más beneficios y que la gente pase más tiempo aquí. Será maravilloso.
Y con las mismas se fue mientras Benson Florey le miraba atónito procesando toda esa información. Empezaba a pensar que Mr. Putt no era más que un avaro desequilibrado.
<<Bueno, si esto sigue así y trae máquinas de comida, podré comprarme algún sandwich.>> Pensó inocentemente.



Entrega octava "RARO COMO UN PERRO VERDE"

Quedó callada como cuando los tanques invaden el bosque y todos los animales enmudecen, pero por fortuna para el estimado dependiente todo el mundo miró cuando ya había pasado el milagro. La señora seguía boquiabierta y cogía uno de los vasos sin dejar de mirar a Florey. Le dio las gracias y se lo fue llevando a la boca. Pero en ese momento todo el mundo había vuelto a armar barullo y a meterse cada cual en sus asuntos.
Cabe destacar que el competente Mr. Putt fue testigo del agradecimiento de la buena mujer hacia el dependiente, con lo cual ganó puntos mentales que no sirven para nada. Florey, entre tanto, se marchaba de esa zona de la tienda mientras sentía salir de una especie de trance, como si hubiera sido poseído por alguna fuerza superior. Volvían sus constantes al ritmo normal y su enfado amainaba fruto de haberse despachado agusto. Y siguió ordenando mientras pensaba en lo que estaba sucediendo esa extraña tarde. Esta vez ordenó deportivas, pues como bien he dicho, Depot solamente vendía de todo.
Benson Florey empezaba a quedar absorto en sus pensamientos, pues lo que estaba sucediendo no lo habría imaginado ni de lejos. Ni sus anécdotas, ni su reacción, ni siquiera un jefe tan sumamente cretino. Por su joven interior cruzaron numerosas emociones dispares: tranquilidad por tener un empleo, inquietud por no saber cómo lo compaginaría ni cómo transcurriría la relación con su superior, cuánto cobraría, cuándo firmaría su contrato, qué días tendría libres, qué pasaría si la próxima vez no reaccionaba tan bien con un cliente... Mientras pensaba en todo esto se le acercó un hombre.
- Hola, chico. ¿Estas son todas las deportivas que hay, no?
- Buenas tardes, señor. Sí, así es.
- Vaya... qué pena que en todo el mundo ya solo queden estas.
Pero antes que pudiera contestar al cliente, otro se acercó a preguntar:
- Oye, ¿la ropa interior dónde queda?
Benson, en vista de lo anterior, tuvo ganas de responder: "Depende si usa sujetador o simplemente bragas o calzoncillos, pues quedan a distinta altura del cuerpo en función de qué parte sea." Pero contestó:
- En aquellas perchas de allí, señor.
- Ah, vale. ¿Se puede probar no? - ¡y Benson qué sabía!, si era nuevo-.
- Imagino que no, señor. Tenga en cuenta que es ropa interior y por higiene no se suele probar en ningún lugar.
- ¿Pero cómo que no?!¡Y si no me vale, ¿qué hago?!
- Espere, por favor. Voy a consultarlo con mi jefe.
- Eso, ve a consultarlo.
Florey se acercó a Mr. Putt, que atendía a un cliente con numerosos gestos sobreactuados. De no ser porque era un maldito ignorante, se podría haber dicho que los gestos tan sumisos y respetuosos los había copiado de Justino Nassau en "La rendición de Breda" de Velázquez. Benson esperó a que acabara.
- ¿Pero qué haces aquí muchacho?!¿No ves que la tienda está a rebosar?!¡Largo, venga! -y tocó las palmas como si el dependiente fuera un buey-.
- Mr. Putt, me pregunta un caballero si puede probarse la ropa interior.
Putt quedó pensando un segundo y le preguntó quién era el cliente. Florey se lo indicó y su jefe fue decidido hacia el hombre en cuestión.
- ¡Buenas tardes, señor! Pregunta este inexperto dependiente si puede probarse la ropa interior. ¡Claro que sí! Aquí tiene.
Y le entregó al cliente varios calzoncillos para que se los probara. El cliente sonrió sin tan siquiera plantearse si sería el primero que se los probaba. Florey, cómo no, quedó impactado y ridiculizado en público. Una vez más.
El buen caballero fue probándose uno tras otro preguntando de cuándo en cuando al joven dependiente qué talla podría usar. Florey, que aún no estaba curtido en semejantes comportamientos, no salía de su asombro y le respondió lo mismo todas las veces que le preguntó; hasta que tuvo la sabia decisión de marcharse a otro pasillo. A sus espaldas dejaba montones de calzoncillos usados que seguramente a él le tocara ordenar de nuevo. Sintió náuseas pensando que cuando tuviera que hacerlo aún podrían estar calientes.
En tanto caminaba hacia otro lugar, iba siendo consciente que cada vez que lo había hecho alguna cosa extraña había sucedido. ¿Era normal que el primer día de trabajo le sucediera todo aquello? La pobre criatura no sabía que no. Y aunque eran raras circunstancias, no imaginaba que aún había cosas peores por venir.




Entrega séptima "CON LA BOCA VIDRIOSA"

Una vez se paró frente a ella, se puso a ordenar con más énfasis para intentar que la buena mujer se diera por aludida. Florey cogió unos pocos vasos y los fue ordenando haciendo sonar la base de los mismos. La señora miraba con cara de asco y seguía toqueteando. Vaso que el joven dependiente ordenaba, vaso que la excepcional clienta movía. Lo levantaba, miraba el interior, la base y lo dejaba como le viniera bien; a veces a riesgo de rodar hasta el suelo.
Benson Florey recordaba las palabras y gesto frío de Mr. Putt y viendo a esa señora le hervía la sangre. En sus oídos parecía aumentar el volumen del barullo de todos los clientes reunidos en la tienda. De cuando en cuando escuchaba de forma tamizada la voz del jefe, lo que le ennervaba aún más.
Cuando la buena mujer desordenó la estantería se encaminó al otro lado que ya había sido ordenado por Florey. No pudo más:
- Señora, le ruego que no desordene lo que acabo de colocar. Mire cuanto desee, pero todos estos vasos son iguales y no es necesario dejarlos de la manera que usted los deja -dijo conteniendo su rabia y tono-.
La mujer le miró con incredulidad, la boca entreabierta y la cabeza ligeramente inclinada hacia delante. Algo recorrió su amargado cuerpo y respondió con altivez:
- ¿Y qué? Es tu trabajo. Yo soy la clienta y lo desordeno si me da la gana. Para eso te pagan.
Florey no podía creerlo. Aún sostenía un vaso cuando la mujer le dijo semejante imbecilidad fruto de su extrema ignorancia. Buenas ganas le habrían dado de llorar de la impotencia si hubiera estado a solas, pero no era así. O de darle un puñetazo en la nariz aguileña que tenía.
Bendito trabajo el suyo. ¡Ah, qué afortunado por estar en aquella pequeña y honrada tienda! Tratar con personas tan humanas, cercanas y empáticas era verdaderamente delicioso.
A pesar de que el buen dependiente no se habría esperado semejante contestación ni por asomo en toda su vida, y aunque era nuevo en el mundo laboral, su reacción fue la lógica. Miró fijamente a la mujer, quien permanecía desafiante y levantando el tono:
- ¡Que para eso te pagan! A ver si os enteráis los jóvenes de que las cosas no son lo que le da la gana a uno.
Florey comenzó a enrojecer por la rabia. Permaneció en silencio mirándola con el odio en los ojos mientras la mujer continuaba increpándole dándole con el dedo en el pecho. El resto de la tienda se desvanecía en la inconsciencia y el mundo exterior se difuminaba como cuando la lluvia borra los trazos de tiza en una acera. Para Florey ya solamente estaban la clienta y él.
- ¡Que no te me quedes mirando, niño! Ponte a recoger que mira cómo tienes esto, es una basura. -Dijo con el mayor tono despectivo capaz de salir de su boca gorrina-.
Florey explotó por dentro como si un mono hubiera robado la dinamita en una mina durante la hora de la siesta, y se aproximara saltando con ella hacia la caseta de los mineros. Por fin reaccionó de la mejor manera:
- ¿Sabe, señora? Creo que su vida es extremadamente triste y solitaria. Y seguramente no tenga hijos o no obtiene de ellos lo que usted necesita y por ello tiene que venir a amargar a otros mientras trabajan.
Y antes de que la mujer pudiera actuar, Benson Florey sin apartar la mirada a la clienta, fue llevándose el vaso a la boca lentamente. Cuando lo tuvo delante de los labios la abrió y comenzó a comérselo con toda la naturalidad del mundo. No parpadeó ni una vez. No sangró. La mujer no respondió. Solamente contemplaba atónita la situación: el joven dependiente se estaba comiendo el vaso como si fuera un bizcocho. Solo se oía el crujir del cristal siendo masticado. Muy despacio. Por fin quedó la base del vaso y se la comió como si fuera una galleta. Después de que la clienta hubiera sentido la iluminación de las palabras de Florey, éste le dirigió unas últimas frases:
- No es su día, señora. Y tampoco es el mío. Vamos, dejémoslo correr. Cómase estos vasos también y hagamos las paces.
El dependiente tendía varios vasos a la señora mientras sus palabras fluían como dichas por un ángel.
Pero este diálogo y la consecuente situación no salieron de su cabeza y simplemente se quedó mirando a la señora mientras tragaba los últimos pedazos de vidrio masticado.
Una sonrisa benévola apareció en su rostro y la tienda entera quedó en silencio. Había magia en el ambiente.



Parte sexta "ELECTROMAGNETISMO"


Miró una vez más su reloj mientras andaba por la tienda. ¡Oh sorpresa!¡Se había parado! "Genial. Si ya tiene toda la intención de explotarme este jefe que tengo, ahora sin hora no sabré ni cuándo termino. ¡Es cierto! No sé a qué hora salgo." Díjose el buen dependiente.
Desistió y continuó caminando, e inconscientemente miró el reloj de nuevo, el cual volvía a funcionar. Un pensamiento estúpido como la tarde que había transcurrido, cruzó en ropa interior por su mente. Dio varios pasos atrás para comprobar el estado de desnudez del pensamiento y pudo ver que el reloj volvía a pararse. "Esto solo puede indicar dos cosas: una fuerza electromagnética muy fuerte en esta parte o bien una fuga radiactiva.", pensó. No creo que a estas alturas de la película al lector le resulte extraña ninguna de las dos situaciones.
Justo en ese preciso instante se abrió la puerta de la tienda y tuvo que abandonar sus inquisiciones. Varios clientes entraban en tropel como si hubieran bajado del autobús turístico-comercial que parece llevar a todo el mundo los fines de semana a gastar los cuartos. Benson Florey puso la mejor de sus sonrisas y se puso a fingir que hacía algo, aunque tímidamente. Era nuevo -acababan de fabricarlo en la Factoría de Dependientes Rotts&Sons-, pero aprendía rápido. Pronto sus capacidades se vieron rebosantes como cuando el agua de una presa comienza a caer por el gigantesco y amenazante aliviadero. Mientras curioseaban los clientes toquiteando, cogiendo los artículos, olisqueándolos, mordiéndolos y golpeándolos contra las estanterías y paredes, él fue a avisar a su jefe, el amable Mr. Putt.
Descorrió la cortina y llamó a la puerta del cuartito donde había visto a su jefe engullir. Abrió con cuidado la puerta al no haber respuesta.
- Mr. Putt, hay muchos clientes en la tienda y necesitaría su ayuda.
El gordinflón estaba cabeceando con la cabeza sobre su papada, y se despertó con un ruido de gorrino.
- Mmm Plorie, muchacho. Estaba meditando tras atender a los proveedores. ¿Qué me decías?
- Florey, señor. Es Benson Florey. Le comentaba que hay muchos clientes y necesitaría su ayuda. Luego me gustaría preguntarle algo en cuanto haya un momento.
- Sí, bueno, todo se andará muchacho. Vamos allá.
Se alisó la corbata, remetió la camisa en los pantalones e hizo el gesto de peinarse la cabellera, donde le asomaba el cartón-piedra.
Cuando entraron en la tienda, la vieron tan repleta de personas que quedaron atónitos. No había pasillo que no estuviera a reventar. Los objetos yacían desperdigados y maltratados por todas partes, lo cual Mr. Putt interpretaba como ingenioso signo de interés por parte de sus clientes. Daba igual si compraban o no, lo importante es que hubieran toquiteado tantas cosas para buscar lo que creían querer. El resultado -desigual- tanto le daba porque su cabecita no daba para más.
- Florey, muchacho. Vuelve a poner en su sitio todo lo que veas tirado por el suelo.
- Sí, Mr. Putt.
El buen Florey pensó de nuevo en sus estudios y en dudas existenciales como a qué hora saldría normalmente de trabajar, si tendría que quedarse colocando todo aquello si no daba tiempo -lo cual no le extrañaba-, si sería así a diario. Comenzó a levantar cada cosa tirada y doblar cada prenda arrugada. Parecía un trabajo sencillo y pronto, pese al alboroto, logró colocar una estantería entera y empezar con la siguiente.
Cuando hubo casi acabado miró a su lado y vio que los estantes que había estado ordenando estaban nuevamente hechos una basura. Prender fuego a la tienda habría sido más fácil que ordenarla entera. Decidió comentárselo a su jefe mientras una mujer hurgaba en los últimos artículos que había alineado. A ella la dejaría para luego.
- Mr. Putt, es un caos. Cuando he terminado de ordenar una estantería y empiezo con otra, la anterior ya está destrozada.
Su jefe, tenso por el volumen de trabajo, le miró.
- Benson, muchacho. En ese caso tendrás que ordenar más deprisa, ¿no te parece?
El pobre y novato dependiente se quedó cortado sin saber qué responder, por lo que optó por hacerlo moviendo la cabeza con gesto afirmativo. Primer golpe en su nuevo trabajo. Y lo que le quedaba no era precisamente poco. Además, a ver con qué ganas se enfrentaba ahora a la mujer que había dejado tras de sí y la cual continuaba sacando lo que había en las estanterías. A pesar de ser todo lo mismo. Ella metía las manos hasta el fondo de la balda para sacar lo que había. Su cabecita tampoco daba para más. Y allí iba Benson Florey, firme pero tocado. Avergonzado. Humillado. Pronto se preguntaría por qué tenía que aguantar eso y por qué había elegido ese trabajo.
Estaba muy cerca de la señora ya. Ésta levantó la cabeza y le miró con cara de asco.



Parte quinta "LA RELATIVIDAD DEL TIEMPO EN DEPOT"

En cuanto sonó el carillón al cerrarse la puerta, el gorr... digo Mr. Putt asomó por entre las cortinas de la trastienda con aire confuso y miró a su nuevo dependiente. Recordó entonces que no le había explicado nada y además tuvo la desfachatez de decirle:
- Glorie, muchacho. Tendrás que disculparme, pero he estado tan sumamente ocupado que no he tenido ni un solo instante para venir. Espero que hayas podido desenvolverte bien.
"Qué cara tiene el tío", pensó el paciente Florey.
- Muy bien, Mr. Putt, pero me gustaría que me explicara dónde están las cosas y me diga cómo atender en general porque aunque me desenvuelvo, éste no deja de ser mi primer trabajo.
- Claro, claro, joven Glorie.
- Es Florey, señor. Benson Florey.
- ¡Eso! Sabía que no era así. Sí, en cuanto tenga un momento te explicaré cuanto has de saber. Ahora tengo que hacer unas gestiones muy importantes con proveedores y estaré ocupado. Si comienzan a entrar muchos clientes, y sólo en ese caso, llama a la puerta y vendré.
- Muy bien, señor.
En esas desapareció el jefe del dependiente y quedó de nuevo solo a merced del silencio de la tienda y las cosas raras que allí podrían suceder. Comenzó a ojear un catálogo que pertenecía únicamente al personal de la tienda cuando de repente se sintió observado. Levantó la vista, pero no vio nada extraño. Continuó hojeándolo mientras en la tienda retumbaba el sonido de las páginas, una tras otra. Por un momento Florey paró y perdió la vista en algún lugar sobre el mostrador, y se sintió perdido. Reparó de nuevo en que estaba siendo observado y volvió a levantar la vista.
En ese instante por encima de una estantería de doble cara de esas bajas típicas de las gasolineras, vio unos ojillos que le miraban; y sobre ellos, unas orejitas blancas y negras. Pronto se alzó la cabeza de una cebra, sonrió estúpidamente y se ocultó de nuevo. El joven cerró el catálogo extrañado, miró hacia la cortina de la trastienda y después la puerta de entrada a la tienda de trastos mientras iba acercándose al lugar donde había visto semejante mamarrachada. Cuando hubo llegado no vio nada extraño, pero decidió dar una vuelta por el lugar para conocer más y desentrañar esos misterios. Aprovechó en este punto para mirar el reloj que llevaba en el bolsillo y... ¡sorpresa! ¡sólo habían pasado 10 minutos desde que había entrado en su puesto!
"Qué raro... juraría que llevo aquí por lo menos una hora." Pero, ¡ah, Benson, Benson! Bienvenido al cara al público, donde el tiempo puede llegar a extenderse más allá de la frontera inteligible de los humanos.
Fue mirando con detenimiento los artículos que allí había y se dio cuenta que en su mayoría eran cosas de escasa o nula hermosura que llevaban a preguntar cómo alguien podría comprarlas. Poco a poco iba aprendiendo la ubicación de las cosas y algunos precios de lo que le parecía más importante. Y entonces se aburrió y recordó su carrera, los ejercicios pendientes que llegaría a tener y el estudio, pero se dijo: "cuando se acerque el momento, ya lo pensaré". Pero ¡cuántas veces esperamos un futuro ideal sin tener jamás certeza alguna! Triste fatalidad sobre el espíritu humano cernida. Y más aún cuando el corazón es tierno y joven como el de Benson Florey. El sentimiento de estar perdido, la expectación, la esperanza y el temor, se mezclaban en el interior del muchacho como plastilina de varios colores en las peligrosas manos de un niño.



Cuarta entrega "NO TODAS LAS CINTAS PARA EL PELO SON IGUALES"

Podríase decir por la rigidez de expresión y postura del buen muchacho que se había convertido en una figura pétrea. Justamente Mr. Putt podría haber salido de su sueño gorrinero y haberle pillado ahí, quieto como un pasmarote inútil; haciéndole pensar en la mala adquisición que habría hecho para su tienda de chismes. Pero eso no sucedió porque el eficiente jefe seguía durmiendo como un puerco hinchado (debido a su postura con la cabeza no roncaba en ese instante, pero bien podría haber ganado un concurso bizarro de sonidos al dormir) y porque Florey seguía sin saber qué pensar. Al pobre joven le acababan de derribar todas sus concepciones previas acerca de la realidad. Y eso requiere tiempo, como es natural.
Al instante se repuso como si saliera de una hipnosis y recogió con un cuidado extraordinaro la cinta roja. La tensó con suavidad, la tocó con cautela e incluso la olió, pero solo parecía una cinta roja. Decidió doblarla y se la guardó en el bolsillo del delantal de tendero que el buen Putt le había dejado por allí escondido para que adivinara su ubicación y pudiera ponérselo. Nada más hacerlo un escalofrío recorrió su joven y esbelto cuerpecito sin saber la razón. Tuvo el impulso automático de mirar al techo y no vio nada extraño así que se dio la vuelta y fue al mostrador, temiendo encontrarse cualquier barbaridad estrafalaria si seguía caminando por la tienda.
Inevitablemente comenzaba a ver aquella tienducha como un mundo mágico e inexplorado. Sí, podría decirse que empezaba a sentir que le gustaba su trabajo. Al menos por el momento. No obstante el tiempo parecía estirarse lentamente alejándolo de su hora de salida, e incluso, de la razón por la cual se encontraba allí.
Llegaron las 17 de la tarde y comenzó a oír unos ruiditos en la trastienda, donde había "hablado" con su maravilloso jefe. Se giró levemente y miró con precaución y discreción, pero los ruidos cada vez eran más extraños y decidió ir a echar un vistazo.
Lo habría hecho; de no ser porque entró un nuevo cliente y le hizo girarse súbitamente con expectación en vista de la vez anterior.
- Buenas tardes, joven.
- Buenas tardes, señor. ¿Le puedo ayudar en algo?
El cliente potencial quedó mudo con cara de incrédulo.
- Pues no.
Florey se quedó cortado y no pudo decir nada más. Así que siguió esperando por si le preguntaba alguna cosa. Total, estaba acostumbrándose a la espera.
El hombre curioseó por la tienda, toquiteó, hizo chocar objetos, varios ademanes de que se le caería alguno, tosió como si fuera a morir en el instante, miró al dependiente, ojeó las cortinas de la trastienda, miró al techo. Y preguntó.
- Oye, chico. No tendréis cintas como para el pelo, ¿no? -Florey pensó unos instantes-
- Pues déjeme ver, señor -fue directo donde encontró la cinta roja-. Pensé que quedarían aquí -urgió una artimaña y se fue tras el mostrador a hacer que buscaba. Se sacó la cinta roja del bolsillo del delantal-. ¡Mire usted qué bien! Aquí había una que por ser la última la habíamos guardado para pedir más. Es roja, ¿le sirve?
- Ah, sí. Qué bien. Sí, creo que puede servirme para lo que necesito.
Florey no pudo evitar sentir cierto pesar y preocupación por venderle a aquel hombre una cinta tan... digamos peligrosa... así que dado que no sabía su precio y no sabía lo que pasaría, se la regaló como "gesto de Depot hacia sus clientes". Pasara algo con esa estúpida cinta o no, eso es tema de la semana que viene.



Parte tercera "UNA NO-DESUBICADA"

Al entrar pudo ver la tienda sin ninguna persona. Era un espacio modesto con estanterías de madera hasta el techo y pintadas en blanco. Había un escalón de 1 metro por 1 al entrar en la tienda, y justo en frente del a puerta se ubicaba el mostrador. A la izquierda, en el centro de la pared, una puerta con una cortina que ocultaba la trastienda, y en la pared de la derecha otra puerta con una cortina guardando el almacén.
Preguntóse dónde estaría Mr. Putt y por qué no había gente (el pobre muchacho ignoraba que a esas horas no se suele comprar). No se explicaba cómo podía haber sucedido; ¿acaso estarían todos escondidos? Tuvo que volver a parpadear cerrando fuerte los ojos y... ya no había nadie. Pero no se sorprenda el amable elector, pues es la magia de la narración y si digo que es posible, lo es.
Entró algo aturdido y se encaminó hacia la trastienda, separada por una cortina azul. Miró dentro y pudo ver a su jefe sentado en un sillón viendo la televisión mientras comía y  reía repugnantemente como un gorrino. Tenía la corbata puesta en el hombro para no meterla en el plato y estaba inclinado sobre la mesa auxiliar con su comida delante. La ropa estaba tensa como si hubieran hecho chorizos y fueran a reventar. En el momento se dio cuenta de la presencia de su nuevo empleado, al que había olvidado por completo.
- Buenas tardes, Mr. Putt. Siento interrumpirle su hora de la comida, pero aún no me ha explicado qué debo hacer.
- ¡Ah, sí! Glorie -confundió su apellido como sólo un tonto puede hacerlo-. Espérame en el mostrador y atiende a los clientes que puedan llegar. ¡En cuanto termine iré a explicarte todo cuanto has de saber sobre este gran negocio!
Obedientemente el buen muchacho salió y se colocó tras el mostrador con el pulso galopante, pues no sabía cómo abrir la caja registradora, qué artículos había ni dónde estaban. Decidió pasearse por la tienda para localizar cada una de las variedades de trastos que vendía aquel hombre y poder atender mejor a la clientela. Pasó largo rato. Muy largo rato; y el estimado jefe no salía por ninguna parte. Florey solamente veía a alguna persona que de cuando en cuando pasaba delante del escaparate (desastrosamente expuesto, cabe mencionar). Se imaginó que lo ordenaba de una manera estética y correcta que atrajera mucha gente, aumentara sorprendentemente las ventas y se ganara el respeto y reconocimiento de Mr. Putt así como una generosa paga extra por tan gran participación. Pero la realidad le golpeó con la severidad del cuerpo policial de cualquier dictadura.
A los pocos minutos se abrió la puerta y apareció el primer cliente de Benson Florey, por lo que le dirigió una simpática sonrisa con su bonita cara.
- Buenas tardes, señora.
La mujer miró la tienda de arriba a abajo con cara de desubicación y la boca entreabierta. Pronto paró la mirada en el joven dependiente sin cambiar su expresión. Parecía francamente ida. Florey esperaba un saludo, pero no salió; y en lugar de eso la mujer sonrió bajando ligeramente la nuca con ese gesto tan característico de las palomas cuando andan. La sonrisa de la boca parecía crecer tanto que daba la impresión que podría colocarse los carrillos por detrás de las orejas.
Entonces habló:
- Es que no sé qué es esto. ¿Es la estación de autobuses? -el dependiente quedó completamente turbado-.
- No, señora, es la tienda Depot del señor Ludbert Putt. Yo soy Benson Florey, su dependiente.
- Ahm.
En ese instante, antes que pudiera preguntar nada más volvió a mirar la tienda de arriba abajo. Fue entonces cuando bajó la vista al suelo y se puso a buscar algo ante el inmenso desconcierto del buen muchacho. Se inclinaba, levantaba la ropa, apartaba las cortinas, miraba entre los cacharros... cada vez con más ímpetu. Hasta que de pronto exclamó:
-¡Ah!¡Lo encontré! ¡Y tú decías que esto no era la estación de autobuses!¿Qué sabrás tú?!
Sacó de entre las teteras una larga cinta roja de tela y comenzó a tirar de ella. De pronto sacó un autobús lleno de gente y montó en él. Éste marchó llenando de humo la tienda mientras Benson Florey quedaba estupefacto y en shock como una rata de laboratorio a la que le aplican una descarga eléctrica.
Instantáneamente todo volvió a la normalidad a excepción de la cinta roja tirada en el suelo y el humo del autobús, que demostraba que aquello no había sido una mera ilusión.



Parte segunda "UN NUEVO "HONRADO JUAN""

Tras la presentación Mr. Putt dijo al buen muchacho que empezaría ese mismo día por la tarde en torno a las 16. Esto extrañó a Benson Florey por lo temprano y repentino y comentó que era estudiante y quería compaginar su carrera con el trabajo. Su nuevo jefe hizo una mueca de asco que duró centésimas de segundo y Florey no pudo percatarse de ello.
- Bueno, muchacho, no está reñido este trabajo con tu carrera. ¿No crees?
- No lo parece, señor. Pero quería serle sincero.
- Es muy considerado por tu parte -dijo sobre-actuando el desagradable jefe-. Empiezas a las 16. ¡Hasta luego!
Y diciendo esto le cogía del hombro y guiaba falsamente sonriente hasta la puerta. Una vez allí, Benson, dueño de nuevo de su propia soledad, miró la calle cogiendo aire de esa manera que se hace cuando te sientes aliviado y contento al sentir que una nueva etapa comienza en tu vida. Puso rumbo a su casa para dar la buena noticia a sus padres con la intención de convertirse en el pimpollo del que enorgullecerse en la familia y comenzó a construir en su cabeza diversas situaciones posibles acerca de cómo iba a ser su trabajo. <<No me ha dicho en qué consiste el trabajo. Ni tampoco cuánto me pagará. Tampoco a qué hora salgo hoy. Qué raro... bueno, al menos lo he logrado y puedo preguntarle todo eso después.>>
¡Ah!¡Pobre joven ingenuo! Lo más probable es que el honrado Mr. Putt (del cuál decían que tenía parentesco con el Honrado Juan de Robin Hood) se hiciese reiteradamente el sueco durante toda la tarde hasta que llegara la hora de cerrar -estimada siempre oportunamente al azar- para añadir un: "¡Vaya, muchacho! ¡No vamos a poder hablar hoy tampoco con tanto trabajo!" Lástima para él que no tuviera demasiado en  consideración a su empleado puesto que podría ser más listo y molesto de lo que él se imaginaba. Y de lo que Florey también se imaginaba.
Cuando éste llegó a su casa la encontró vacía. Sus padres habían salido hasta bastantes horas después, por lo que la única opción sería dejarles una nota diciendo que había encontrado un empleo y entraría a trabajar a las 16 así como que les contaría todo cuando  volviera.
El buen Benson Florey comió solo y pensativo imaginando situaciones que podrían sucederle trabajando, dado que era la primera vez. Pero por mucho que imaginara no daría ni por asomo con lo que se le avecinaba. No solo por su considerado jefe como por el trato con ese mundo a parte que es el "cara al público".
Poco a poco el tiempo fue perdiendo los pétalos hasta llegar a las 15:30, hora de irse camino a un lugar desconocido. Su corazón latía con ese nerviosismo entre miedo y emoción por lo que nos es nuevo.
Cuando llegó a la puerta del negocio estiró el brazo y la abrió cogiendo aire mientras se daba más ánimos que las animadoras a un equipo de baloncesto. Había llegado diez minutos antes y ¡qué bien le venían a Ludbert Putt!





Parte primera "¡BIENVENIDO! (Y TANTO.)"


Hace escasos veinte años, en una de las callejuelas más humildes de los barrios antiguos, nacía un muchacho que fue el mediano de tres hermanos. Sudor y sangre costó a sus padres poder mantener a sus criaturas. 
Pasado el tiempo y llegado el crucial momento adolescente de ponerse a trabajar o estudiar, el buen joven decidió ambas. Y no por gusto o inquietud de espíritu, sino porque más le valía trabajar si quería comenzar la carrera que le abriera la puerta a sus sueños. 
Tras la tensa espera de sus padres, un día el buen Benson -así se llama- comunicó la decisión a los progenitores, quienes la recibieron con cierta admiración y sorpresa en tanto que llevaban sus manos a los bolsillos preparándose inconscientemente para un: "A ver cuánto nos toca pagar con el fracaso del muchacho." Benson viendo esto sonrió a sus padres como si fuera lo más hermoso que había visto en su corta vida y salió corriendo a la calle en busca de un trabajo que poder compaginar con sus estudios. Al fin y al cabo, sin lo uno no había lo otro; y la reflexión de si fue antes el huevo o la gallina aparecía en bucle en su cabeza. Tanto es así que en algunas ocasiones paraba en seco en medio de la calle (estuviera andando o corriendo) con la mirada perdida, la boca entreabierta y le parecía ver cruzando la calle un montón de huevos rodando del tamaño de los de avestruz, y gallinas del tamaño de dodós yendo en sentido contrario al de los huevos. 
Entre huevo y gallina podía ver de incógnito al pollo del chiste "¿por qué un pollo cruzó la calle?". En cuanto se le pasaba el bache continuaba su camino. 
Paseó largas horas por las calles entrando en tiendas y viendo letreros donde buscaban personal hasta que por fin halló una especie de tienda deportiva mezclada con ultramarinos y otras pamplinas. Pretendía ser una gran superficie condensada en escasos metros cuadrados, un ingenio del buen dueño. Benson decidió entrar y probar suerte en aquel variado lugar:
- Buenos días.
- ¡Buenos días, muchacho! -dijo el entusiasta dueño-
- ¿Necesita personal en su tienda, señor?
El hombre de aspecto rechoncho, bajito y con un rostro en extremo desagradable de esos poco frecuentes, le miró de arriba abajo. A pesar de su simpatía, aquel caballero era la típica persona de la que no te gusta algo sin saber por qué exactamente.
- A decir verdad, joven, he abierto recientemente y me vendría muy bien; aunque como podrás comprender muy razonablemente aún tengo que amortizar el dinero invertido en mi negocio y no podría pagarte demasiado.
- Lo comprendo, señor -contestó humilde y maduramente el buen Benson-.
- Está bien, hijo. Si lo comprendes... Mi nombre es Ludbert Putt, pero llámame Mr. Putt.
- Mi nombre es Benson Florey.
- ¡Bienvenido abordo, Florey! -dijo de forma histriónicamente entusiasta-.
- ¡Gracias, Mr. Putt!
A pesar del agradecimiento y la alegría por haber dado un paso más en alcanzar sus objetivos, Benson Florey sintió un escalofrío mientras terminaba de estrechar la mano del recién estrenado jefe y ojeaba la tienda.


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